LA VOLUNTAD DE
CAMBIAR
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
Soy un convencido y lo lamento profundamente que los
políticos paraguayos, protagonistas o no, carecen en absoluto de la voluntad de cambiar.
No hablo solamente de los que solamente ven en el fisco la gran caja para hacerse
personalmente millonarios, sino aquellos que, sinceramente, creen que haciendo más de lo
mismo, por ser ellos y milagrosamente, harán las cosas bien.
¿Qué significa cambiar en el Paraguay? Dejar lo que se está haciendo
y hacer algo diferente. ¿Y que se está haciendo? Vivir bajo las normas dirigistas de un
gobierno unitario, centralizado, organizado por cúpulas partidarias, que considera que la
economía puede manejarse desde arriba mediante normas voluntaristas.
He estado hablando con políticos que están dispuestos a resistir al
gobierno usurpador y rebelarse, pero que, en el fondo, solamente piensan en ir al
gobierno, no en que van a hacer con el. Es probable que triunfen en su intento de
desalojar a los usurpadores pero es extremadamente improbable que eso sirva para nada,
salvo para recuperar la legitimidad. Recuperar la legitimidad es esencial, pero mientras
ello ocurre, hay que cambiar para poder optar al desarrollo, y eso no quieren hacerlo.
No están convencidos que la forma de elegir es vital para que funcione
el sistema democrático, ni están convencidos que hay que bajar los impuestos para
recaudar bien y dejar el dinero en el bolsillo de la gente para crear el ahorro interno,
ni están convencidos que la libertad es el componente esencial del desarrollo.
Entonces no están convencidos que hay que cambiar. Y si los que
resisten a los usurpadores no están decididos a hacer otra cosa que continuar con el
régimen que desde 1940 ha agobiado y destrozado el país, entonces no hay esperanzas. Una
voz clamando en el desierto, no es más que un grito mudo de desesperación.
La situación entonces es patética. Los que están arriba siguen el
curso desastroso que viene de lejos, y los que están abajo y se aprestan a subir, están
absolutamente dispuestos a mantener la senda equivocada por la que transita el país. Y se
habla, se discute, se conspira, pero solamente para hacer un cambio de personas dejando
incólume al sistema.
¿Qué nos pasa? ¿Carecemos de la inteligencia suficiente como para
saber qué hacer? ¿Carecemos del coraje de hacerlo? No puedo decir qué nos pasa;
solamente puedo decir qué pasa, y lo que pasa es, por lo menos para mí, horroroso.
Mientras no haya cambios el Paraguay no tiene ninguna esperanza de
salir del pantano en que se debate. Es como una persona que no sabe nadar y se precipita
al agua, y en lugar de abrazarse a un salvavidas se ata a un ancla. Su destino es el
fondo.
Veo con dolor que es muy probable que las cosas cambien a corto plazo
porque el gobierno usurpador ya no puede sostenerse. Y los que vendrán, ¿tienen en
realidad proyectos de cambios? No, no los tienen. Porque si los tuvieran, ya estarían
hablando de ellos.
Lamento como paraguayo que mi país tenga como destino seguir
hundiéndose sin solución de continuidad, porque su supuesta élite no tiene capacidad ni
inteligencia ni coraje ni honestidad para cambiar en el sentido que se requiere.