Los
partidos políticos tradicionales, formado sobre la base de figuras
descollantes del siglo antepasado, y que se mantuvieron en vigencia
a caballo del voto cautivo, expresado más por emoción que por
raciocinio, han muerto en todo el mundo con excepción del Paraguay
y México. Y en uno y otro país, a corto plazo, obtendrán, sino el
definitivo certificado de defunción, el diagnóstico de enfermo
terminal.
En
Paraguay el 13 de agosto las encuestas indican que habrá un voto
colorado bastante apreciable para el candidato liberal. En México,
el reinado del Partido Revolucionario Institucional, aparece
tambaleante y una nueva figura política apunta en el horizonte. ¿Es
un fenómeno pasajero o es una vuelta definitiva de página?
En
el mundo de hoy la democracia se ha profundizado y la discusión
deja de lado los temas políticos, aparentemente bien asentados en
todas partes excepto en el Paraguay y México para entrar en
la economía, y sobre todo en la economía micro, la economía de la
gente.
Hoy
los políticos ya no convencen a nadie hablando sobre la macro
economía, porque a nadie le interesa ya el estado esa
entelequia creada por el autoritarismo bismarckiano para evitar la
soberanía del pueblo. A la gente de hoy le interesa saber como
llevará el pan a su casa, como educará sus hijos, como se curará
cuando se encuentre enfermo y como accederá a todas las cosas que
la tecnología y la ciencia ponen a su disposición.
El
color de las banderas y las apelaciones a los viejos próceres de un
ayer cada vez más lejano y más desconocido, no conmueven a nadie.
Los
políticos tradicionales ya no tienen credibilidad en ninguna parte.
En
Argentina, por ejemplo, surge un De la Rúa que promete acabar con
la corrupción supuestamente dejada por Menem y lo primero que hace
es enviar a su hijo play boy a instalar en Miami una empresa para
aprovechar los negocios argentinos. A cambio del apoyo al gobierno
ilegítimo y usurpador del Paraguay exige que todos los negocios de
Yacyretá pasen por sus manos.
El
espectáculo que brindan los políticos tradicionales, elegidos a la
manera tradicional por los partidos tradicionales, es grotesco, y
semeja una última cena desesperada. Se atropellan `para depredar el
dinero público, sin el menor pudor. Y eso es síntoma de la agonía
de un sistema y del nacimiento de otro nuevo.
¿Qué
vendrá? Los partidos, esas fuerzas políticas que se forman
alrededor de un hombre o una idea son inmortales. Mientras exista la
democracia la gente tomará partido. Pero es obvio que ya no quiere
pertenecer
a un partido. Quiere elegir, y eso significa cambiar. El
partido tradicional exige el voto en razón de la afiliación; el
nuevo sistema posibilitará el voto en razón de la voluntad de
elegir.
¿Qué
me une a esta porquería? Se pregunta la gente de escasos recursos
que ve a la gente de su partido tradicional llenarle los bolsillos
con el dinero ajeno. La respuesta es: Nada. Y cuando esa respuesta
se hace carne en el ciudadano, el partido tradicional ha dejado de
existir.
El
nuevo mundo se está diseñando ahora, y probablemente será una
democracia vía Internet. La gente ya no estará atada a lealtades
ancestrales, ni a viejos libros de historia por otra parte
mentirosos- sino a su propio interés, reflejado coyunturalmente por
un candidato, que tendrá que ser muy persuasivo para contar con su
voto.
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