El
decreto que establece la estado de excepción causó un fuerte
shock en una sociedad acostumbrada a la libertad. De pronto, una
cortina de autocensura cayó sobre toa la población, con excepción
de los medios claramente identificados con el gobierno.
Existe
una desorientación enorme, porque evidentemente aquellos que eran
opositores el 17 de mayo no quieren verse involucrados en el putsch
militar, y como no desean pasarse al bando triunfador, guardan
prudente silencio. Y entretanto, el Paraguay es el mismo del 17 de
mayo, solo que con mayor silencio.
¿Qué
pasa con la economía? ¿Ha mejorado? ¿De pronto se ha salido de la
crisis para entrar en la abundancia? ¿La Administración se ha
vuelto honesta? ¿Ha cesado el deliberado y sistemático saqueo de
los fondos públicos porque los periodistas de verdad callan? ¿Quedó
legitimado el gobierno?
La
economía sigue igual y sus problemas en lugar de haber sido
resueltos se tienen que haber agravado por los gastos que tuvo que
haber demandado el putsch militar. Los fondos del fisco no pudieron
haber mejorado en nada, puesto que la victoria sobre el putsch
militar no significa el aumento de la contribución.
El
problema de las reformas sigue allí, y si bien los sindicalistas y
campesinos no podrán protestar, los cuestionamientos no pueden
haber cambiado. Lo que era malo el 17 de mayo no puede haberse
convertido en bueno después del putsch militar, y por el solo hecho
que haya fracasado.
Los
sindicalistas y campesinos no podrán protestar públicamente, esa
es la diferencia, y si lo hacen, se enfrentarán con una Policía
casi idéntica a la desmantelada el 3 de febrero de 1989, con el
agravante de que cuenta con el apoyo de los partidos políticos
representados en el Congreso.
La
cuestión social sigue igual, pero esta vez los campesinos no tendrán
cobertura de ninguna clase para realizar sus ilegales y absurdas
invasiones de propiedades rurales ajenas. Es probable que sus
intentos terminen bastante peor que los anteriores.
En
eso, por lo menos, la nueva situación habrá traído alguna mejora,
porque las invasiones de propiedades rurales atenta contra las
probabilidades de desarrollo genuino de la sociedad paraguaya.
Según
una encuesta publicada por un matutino el descontento con la situación
alcanza cifras tremendas: Un 66.5% quiere cambiarlo todo, y
un 25% más, quiere cambios fundamentales.
Pero
el descontento ya no podrá hacerse público, porque ser valiente no
implica ser imprudente. El descontento estará allí, como en los
tiempos del antiguo régimen, pero será sordo, y privado, murmurado
entre cuatro paredes y entre gente que se tenga una confianza total.
A partir de ahora se hablará de
cualquier cosa, menos de política, y los que tengan ideas que no
sean cortadas por el mediocre molde oficial, se las guardarán muy
profundo dentro de su cerebro. Y el país no adelantará un paso,
porque en ese ambiente no se puede adelantar.
La
verdad oficial está por ser impuesta porque el telón parece
haber caído sobre la débil democracia paraguaya.
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