He
venido escribiendo casi desde hace cuarenta años -¿tanto ya? –
sobre lo que hay que hacer en el Paraguay desde el punto de vista
liberal primero y libertario después. Lo hice en razón de mi
convencimiento que la solución liberal, y ahora la libertaria, eran
las adecuadas para sacar al país de su atraso económico y miseria
política. Pero debo confesar, a esta altura de mi vida que no he
llegado sino a una muy pequeña minoría, y que esto obedece a una
razón histórica, no a mi incapacidad para hacerme escuchar.
Soy
un convencido ahora que la democracia republicana y liberal no llegó
a la América Latina. Al Paraguay por lo menos no. Y por lo que
estamos viviendo, estoy convencido que los gobiernos federales de
los Estados Unidos soportan la democracia interna pero la persiguen
con saña en donde quiera que se produzca. ¿Por qué?
La
Revolución Francesa, cuna de nuestra versión de la democracia, al
principio y luego de la abolición de la monarquía, concibió un
gobierno colegiado para la República antimonárquica. Una Convención
con un gabinete ejecutivo, luego una Asamblea y después el
Directorio. Hartos del gobierno unipersonal los franceses
republicanos de entonces optaron por el gobierno colectivo, que era
lo lógico. Cayeron en el bonapartismo. Y las nuevas Repúblicas
francesas desde entonces acá, han mantenido al Presidente casi como
una figura real. Después de la Segunda Guerra Mundial los franceses
volvieron a ensayar un gobierno colectivo, parlamentario, que se
tornó completamente caótico por la corrupción y la influencia de
los partidos políticos. De Gaulle, un monarca a su modo, terminó
con el nuevo ensayo y diseñó una “monarquía republicana” que
vino como anillo al dedo a los franceses. En realidad eso era lo que
quería el pueblo.
La
Revolución Americana instauró desde el principio un régimen monárquico
no hereditario, electivo y limitado en el tiempo con mecanismos que
garantizaban la libertad y la democracia. Ese
régimen funcionó por varias razones: La tendencia a la
independencia individual, la competitividad, el amor a la libertad,
el sistema electoral y la ciudadanía armada. En realidad las
libertades estadounidenses se consolidaron con el Colt 45. Pero su
concepción de su política exterior fue, desde el principio,
imperial.
En
el Paraguay se ensayó, con la Independencia, un gobierno colegiado,
la Junta Superior Gubernativa, que luego cayó en la monarquía
absoluta de Gaspar Francia. Los López establecieron la monarquía
hereditaria que se hundió en 1.870 luego de la guerra. Los
constituyentes de 1.870 pretendieron hacer una República a la
estadounidense, con un rey no hereditario, electivo, y limitado en
el tiempo, y fracasaron. El segundo ensayo totalmente monárquico en
el Paraguay fue el de Alfredo Stroessner, que cayó antes de
consolidar la condición hereditaria que tenía prevista. Durante
treinta y cuatro años, tuvo éxito. ¡Que curioso que los dos
gobiernos mas largos que tuvo el Paraguay hayan sido similares!
Como
en toda América Latina se dio casi el mismo fenómeno -¿qué fue
la anarquía sino la lucha de señores feudales por imponer su
supremacía? - e impera casi el mismo pensamiento subyacente, la
pregunta es:¿Quieren los paraguayos – los latinoamericanos - una
República libertaria? ¿Quieren gobernarse a si mismos? ¿Quieren
afrontar las responsabilidades de la libertad? ¿Quieren ser dueños
de su destino, para bien o para mal? ¿Están dispuestos a mantener
la libertad a toda costa? ¿O prefieren la monarquía no hereditaria
,electiva , disfrazada de República, donde una persona todopoderosa
piense y haga por el resto de la gente?
Creo
que la desencantada respuesta es obvia. Quieren liderazgos fuertes,
quieren gobiernos a los que obedecer – pero que sean benévolos y
pródigos-y no quieren tener la responsabilidad de la libertad. Me
parece que no son idiotas, como sostienen Apuleyo Mendoza y Alvaro
Vargas Llosa; son monárquicos.
Fidel
Castro, Hugo Chavez, Perón, Stroessner, Francia o los López,
Velazco Ibarra, no podrían ser venerados en pueblos realmente
republicanos. Si lo son, es porque los pueblos no son
republicanos.
Me
pregunto si convencido de esto vale la pena seguir predicando la
libertad frente a auditorios que la odian o la temen.
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