Harold
Laski, socialista inglés, publicó a principios del siglo veinte,
una obra bajo este mismo título. En ella, a pesar de su socialismo,
defendió el principio de la libertad de pensamiento absoluta.
Pero yo no quiero referirme ahora ni a Harold Laski, ni a su libro,
ni siquiera a la libertad de pensamiento. Mi tema es la limitación
a la autoridad que debe existir en el estado moderno.
La
fidelidad al principio de la soberanía del pueblo conduce a
establecer que la autoridad reside en él y que para poder ejercerla
es delegada, bajo las reglas del mandato, en ciertas personas. Esas
personas para ejercer la autoridad delegada, deben obedecer
estrictamente las reglas del mandato, que de ningún modo pueden
referirse, dado que la soberanía es compartida por todos, a
prerrogativas que coarten la libertad general de las personas.
El
siglo diecinueve vio florecer los principios de la libertad y la
democracia, y también vio aparecer los síntomas de la reacción
del absolutismo bajo un nuevo nombre: El autoritarismo. Mientras las
democracias anglosajonas caminaban hacia la expansión de la
libertad, los estados bismarckianos lo hacían hacia la autoridad.
Bismarck
para preservar el absolutismo, convirtió las Repúblicas en
Estados, y a los funcionarios en soberanos. Las luchas del siglo
veinte, bajo distintas apariencias, fueron en el fondo las luchas de
la libertad sobre la autoridad.
La
última autoridad derrotada fue la comunista. Bajo el comunismo de
Stalin, el Estado se confundió con el Partido, y éste fue el
soberano. Al caer el comunismo staliniano, se plantea de nuevo una
definición entre la libertad y la autoridad, es decir entre la
expansión de la libertad que ocasiona la disminución y la limitación
de la autoridad.
La
República moderna tiende a romper el molde del Estado autoritario,
o mejor expresado, del Estado-Autoridad. La República, entonces,
será libertaria o no será.
Quizá
se pueda expresar la antinomia con una simplificación: O República
o Estado. República si se reconoce la soberanía el pueblo hasta
sus consecuencias finales, o Estado, si se reconoce la soberanía de
la Autoridad.
La
soberanía del pueblo hasta sus consecuencias finales indica que la
Autoridad no tiene ningún derecho; solamente obligaciones.
El
siglo veintiuno llega con una situación tecnológica inédita: El
mundo se ha vuelto una especie de unidad gracias a la Internet.
Dentro de esta revolución, la Autoridad ha perdido uno de sus
baluartes: la frontera clausurable. Para mí, se trata de una
derrota decisiva.
Pienso que las nuevas constituciones, que ya se están plasmando en
muchas mentes, establecerán Repúblicas y condenarán a muerte los
Estados. Con eso, la soberanía popular alcanzará su exacta dimensión.
Yo propongo, dentro de esa línea de pensamiento, que el Art. 1 de
la Constitución paraguaya diga: El Paraguay forma parte del planeta
Tierra y sus habitantes forman parte de la humanidad, por tanto,
forma parte de la sociedad humana global. Es una República que
adopta la democracia representativa como forma de gobierno y adhiere
a todo sistema de organización mundial que reconozca idéntica
forma de Constitución y gobierno. En el Paraguay, la autoridad está
definitivamente limitada y carece de derechos.
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