En
el Paraguay es difícil realizar cualquier tarea, y mucho más difícil
es
que alguien otorgue el crédito si la tarea estuvo bien hecha. Lo normal
es que apenas alguien propone algo, o alcanza algún sitio destacado,
surjan unánimemente las voces de sus compatriotas para denostarlo,
descalificarlo, dudar de sus motivos o ridiculizarlo. Nunca con
argumentos que vayan a la cosa propuesta, sino al hombre. Le decía una
vez a Rafael Saguier que en el Paraguay es costumbre decir "que va
ser meritorio ese tipo si vivía al lado de mi casa". Y ese es el
tipo de argumentación que prima en una sociedad que se resiste a ser
civilizada.
El
resultado de esta costumbre es que nadie quiere sobresalir ni proponer
nada. Si el resultado de la propuesta o el esfuerzo ha de ser el
menoscabo público, ¿que sentido podría tener el intento? Así, muchas
mentes brillantes se han encerrado en sí mismas o han abandonado todo
esfuerzo por hacer algo por el país. En el Paraguay, se dice, solamente
vale la mediocridad, aquello que no llame la atención, lo que no
lastime la ignorancia generalizada.
Caminando
una vez por la calle Palma - en 1964, cuando con los hermanos Levi
Ruffinelli como líderes trajimos de regreso al Partido Liberal al
Paraguay - con Enrique Bordenave y Eusebio Baez Mongelós, nos topamos
con un viejo - y anciano - político paraguayo, que hizo su carrera
durante el predominio azul. Era Modesto Guggiari. Nos vio y levantando
el brazo, con su voz ronca nos dijo: " ¡Qué bárbaro, muchachos -
refiriéndose a nuestra actitud política - atreverse a ser inteligentes
en el Paraguay!"
Entonces
sonreímos complacidos, porque una persona como esa nos tratara de
inteligentes. No sabíamos cuanta amargura tendríamos que tragar por
aquella actitud, que fue la más lúcida que se conozca en la política
paraguaya contemporánea.
Domingo
Laíno, el hombre del gobierno actual, el que apoya la usurpación, la
persecución y la tortura en pleno siglo veintiuno, y cuya esposa acepta
una prebenda como pago por los servicios prestados, fue uno de los críticos
más acerbos, y con él, Carlos Alberto González, hoy embajador del
usurpador González Macchi en el Brasil y vehículo de todas las
entregas a ese país; Juan Manuel Benítez Florentín, quien fue a la
Asamblea de la SIP en Jamaica a defender los atentados contra la
libertad de prensa, en pago de un salario; José Félix Fernández
Estigarribia, quien fue Canciller del usurpador y es ahora su más firme
puntal en el Senado; Efraim Cardozo, el historiador cobarde que jamás
se atrevió a decir la verdad, y vendió al Partido Liberal a los
socialistas, fueron quienes más nos denostaron. Y lo hicieron no porque
les lastimara nuestra idea, sino porque no sabían - ni saben vivir
sino dentro de la cultura del insulto.
Yo
no sé si el Paraguay cambiará alguna vez; si la educación obrará el
milagro de convertir una sociedad que busca aplastar, en una que busca
destacar. Lo que sí sé es que mientras esa transformación no se
opere, el Paraguay seguirá siendo infortunado.
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