EL ESTADO OPRESOR
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
El individuo, pese al avance de las ideas liberales, se encuentra
inerme, como hace dos siglos, frente al poder creciente y aparentemente insaciable del
estado. Toda la organización del estado tiende a hacer del individuo, supuesto titular de
la soberanía, un simple "pagante de impuestos" , obligado a sufragar los gastos
crecientes de una maquinaria que no tiene límites. La sensación de opresión que hoy
causa el estado, en todas partes, es insoportable.
El crecimiento del estado es el crecimiento de la burocracia. La
democracia tiene el inconveniente, ya señalado por Tocqueville, de requerir clientela. El
candidato se ve obligado a seducir a los votantes, y, en su defecto, a comprarlos. La
mecánica democrática impulsa a los candidatos a buscar el apoyo popular, y para ello -
cuando carece de moral que es la mayoría de las veces utiliza cualquier
medio a su alcance.
La clientela política ya no vive del peculio personal del candidato a
ejercer el poder, sino de la utilización del dinero público por el candidato triunfante.
Y esto requiere un sistema de control económico que permita al administrador disponer de
los bienes de sus administrados a su completo antojo.
Tocqueville , en su análisis de la democracia estadounidense ya decía
que la democracia indefectiblemente tendía " a la izquierda", porque para poder
disponer del dinero público, vital para pagar las facturas electorales, era preciso
organizar un sistema que permitiera, desde el estado, afrontar esas deudas. Ese sistema es
el socialismo.
La democracia tiene en sí misma el remedio para la enfermedad. Es el
estado constitucional, que pone límites muy estrictos al crecimiento estatal y a las
facultades del gobernante. La razón por la cual el estado no debe extenderse es,
básicamente, porque si se extiende servirá para entronizar permanencias nocivas y la
dilapidación del dinero público en pago de facturas electorales.
Una democracia que no sea liberal, esto es con limitaciones muy
estrictas del poder, no seguirá siendo democracia por mucho tiempo. El estado tiende a
oprimir, por consiguiente hay que impedir que crezca. Una Constitución que permita al
estado crecer por la vía de la aprobación legislativa por ejemplo que permita un
Congreso con iniciativa en materia de gastos terminará destruyendo la libertad y
la economía.
Al Paraguay le ocurre eso, y le ocurrió muy rápido porque la
paraguaya es una sociedad absolutamente amoral. La Constitución de 1992 estableció un
sistema que le permite al estado crecer, y lo ha hecho enseguida, casi en forma
automática. Sin hombres virtuosos toda democracia se corrompe a la larga; con amorales se
corrompe de inmediato.
El problema paraguayo básicamente es constitucional, porque en una
sociedad amoral los controles que impidan el crecimiento del estado deben ser rígidos y
severos. Cualquiera sea el cambio de personas, si no se cambia la Constitución, el
problema actual se repetirá indefectiblemente y mucho antes que después. Y no hay que
hacer cualquier cambio, copiando Constituciones como si legislar fuera una simple
cuestión de comparaciones. Hay que hacer los cambios en función de la necesidad de
convertir en democrática una sociedad amoral, lo cual ya indica el camino a seguir.