EL LIBERALISMO PARAGUAYO Y LA DICTADURA Alberto Vargas Peña (miembro
de la Fundación Libertad)
El 17 de febrero de 1936, gracias a un golpe cuartelero, cayó el último gobierno liberal
paraguayo del siglo 20. Eusebio Ayala, que había perdido la fe en la Constitución,
creyó que el golpe se daba para posibilitar su reelección. Luis Riart creyó que se
trataba de un golpe para consolidar su candidatura a la presidencia de la República y el
Gral. Estigarribia, conocedor de la trama cuartelera, creyó que el golpe lo catapultaría
a él a la presidencia. El golpe fue cuartelero, pero fue el inicio de una revolución.
Cuando el 13 de agosto de 1937 fuerzas militares depusieron al gobierno febrerista, no
pudieron restaurar la Constitución. El liberalismo había sufrido un golpe de muerte en
los ámbitos políticos paraguayos. Paiva, el hombre de la transición, fue un juguete de
los militares y Estigarribia entronizó la dictadura, con el apoyo del ala nazi del
Partido Liberal. La Carta de 1940, redactada por Pablo Max Insfran e impuesta por
Estigarribia, fue el mazazo final. El Partido Liberal agonizó en las sombras del exilio,
intentó levantarse de sus cenizas en 1962, y desapareció, dejando un rastro de gloria y
fracaso, en 1976. El Partido Liberal Radical Auténtico nada tiene que ver con el viejo
Partido Liberal ni con el liberalismo.
Pero ¿murieron también los liberales paraguayos? No. Liberales hay entre la gente
independiente; los hay en la ANR y también, en menor medida, en el PLRA. Están
desorientados, sin organización ni dirección, pero están. Las ideas liberales no han
muerto en el Paraguay.
En medio del caos actual, de tanto en tanto, surge alguna voz inconfundiblemente liberal,
señalando un rumbo o proponiendo alguna reforma. Son voces razonables pero dispersas, que
merecerían una atención mucho mayor, si sonaran desde una tribuna con apoyo. Un poco
de liberalismo aquí y allá, tímido y desperdigado, es lo mismo que nada. Cuando más se
necesita la voz potente de la idea más generosa que ha concebido el hombre, solo tenemos,
en el Paraguay, algunos acordes en sordina.
Yo soy liberal y creo ser una de esas voces que dispersas intentan convencer a un pueblo
en cuyos oídos retumban consignas, que la razón tiene razón. Y veo que mientras no
disponga de una orquesta, no seré escuchado.
Hoy que se habla de la reforma del estado, la voz liberal es la que menos se atiende. Y
eso que no se puede reformar el estado sin aplicar las ideas liberales en su conjunto,
tanto en la política como en la economía. ¿Qué van a reformar los socialistas, si el
estado a reformar es socialista? ¿Qué van a reformar los nazis, si el estado a reformar
es nazi? Los únicos que podemos reformar realmente al estado, y hacer viable para el
siglo veintiuno, somos los liberales. Y los liberales no aparecemos por ninguna parte, no
tenemos voz, no tenemos bombo.
Entonces ¿qué reforma sobrevendrá? De la indecisión de Paiva pasamos a la dictadura de
Estigarribia y todas las que siguieron. De la sordina de hoy, ¿a que clase de dictadura
pasaremos?
Cuando veo a las SA marchando por las calles de Asunción, aplaudida y enfervorizada por
el trotskismo, tiemblo por el Paraguay de mañana, por el de mis nietos. |