El
Dr. Julio César Franco aparentemente ha decidido esperar a que el
gobierno se desplome por sus fisuras internas, sin darle bastonazo
que el pueblo le pidió que le diera y que largamente se merece. En
esto sigue la línea hipócrita de todos los candidatos paraguayos
que juran no querer el gobierno para alcanzar el cual han luchado prácticamente
desde su nacimiento.
El
gobierno está herido y mal herido. Quizá esté ya herido de muerte
y se encuentre boqueando en su último estertor. Aparentemente
Franco lo sabe o lo intuye, y prefiere que se muera solo en vez de
hacer un poco de eutanasia.
¿Qué
ventajas le redundaría, por ejemplo, patear el tablero ahora,
exigir la plenitud del poder a la que tiene legítimo derecho, y
encontrarse con una situación tan crítica que su propia gestión
quedaría comprometida? ¿ No sería lo mismo dicen sus asesores
que arrojar una granada y enseguida correr hacia el sitio en
donde probablemente explotará?
La
crisis paraguaya es profunda y de solución difícil. Requerirá de
mucho esfuerzo y mucho talento, además de mucho poder de
convencimiento, superarla o siquiera atenuarla. Si el Dr.
Franco apura el desplome de un gobierno ya condenado, sin tener las
soluciones de corto plazo a la mano, y el equipo destinado a
llevarlas adelante preparado, correrá ciertamente el riesgo de ser
aplastado por las fuerzas que se desatarán.
Vacilar,
entretanto, tiene sus riesgos. El pueblo que lo eligió para
presidir la República se está impacientando y el gobierno
agonizante tarda en morir. Se cae a pedazos, pero cada uno de esos
pedazos se agita, como la serpiente herida, con la electricidad
remanente en sus nervios. La crisis se ahonda por segundos, y cada
medida adoptada por lo que queda del gobierno es peor que la otra
para los paraguayos.
No
atacar la cabeza en estos casos, incluso puede ser fatal. La
serpiente muerta ya, puede todavía, en un espasmo final, morder e
inocular veneno.
Cuanto
más se tarde en tomar las medidas adecuadas más esfuerzo se
requerirá, más sacrificios habrá que pedir al pueblo, harto ya de
tanto sufrimiento. No actuar puede parecer, a los ojos del pueblo,
no una estrategia políticamente adecuada sino una traición.
Lo
que hay que averiguar, y es muy difícil, es si el Dr. Franco ha
elegido
ya la estrategia a seguir, o se trata simplemente de una actuación
sobre la marcha, a lo que salga, inspirada en un feeling y no
en el estudio minucioso de las posibilidades reales. Franco da una
puntada soy el vicepresidente legítimo y luego la
descose se trata de una cuestión semántica lo que
aparentemente es un zizagueo y no el cumplimiento de un programa.
Si
la prudencia de Franco es debida a una cuestión estratégica,
bienvenida sea, a pesar de los riesgos que implica aparecer
vacilante; pero si no es más que la conciencia de que no se tiene
estrategia ni equipo para llevar adelante un programa, entonces se
trata de un desastre.
Franco no puede apoyar al gobierno porque este cae y lo aplastará
con su caída; no puede exigirle que se vaya ya sin tener equipo
para reemplazarlo, y no puede esperar desde la platea, porque el
pueblo le reprochará su inacción. ¿Entonces...qué puede?
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