En
el Paraguay es extremadamente difícil tener convicciones firmes y más difícil aún es defenderlas; uno cae de inmediato en la
calificación a priori y es etiquetado de una forma casi indeleble.
Si uno defiende a una persona acusada de algo y exige que se le siga
el debido proceso de que habla la Constitución, uno no está
defendiendo la Justicia en el Paraguay sino que está defendiendo a
esa persona.
Y
si esa persona ya ha sido condenada por quienes manejan la opinión
pública, entonces uno queda satanizado como el condenado por
presunción.
Yo
tengo una larguísima experiencia en este campo. De joven sostuve en
La Libertad, el semanario político del Partido Liberal que me tocó
dirigir desde 1963 hasta 1966 que los opositores de entonces no querían
la destrucción del sistema dictatorial sino la del dictador con el
único objetivo de reemplazarlo y seguir usufructuando el sistema;
fui calificado de inmediato como stronista.
Hoy
que los hechos me han dado largamente la razón, hay periodistas que
todavía me califican como entonces.
Cuando
realice una campaña contra el sistema comunista que dije que no
era sino una copia al carbón del sistema nazifascista o al revés
nadie, en la prensa ignorante de aquel entonces, cayó en la
cuenta que estaba citando a Winston Churchill en algo que luego sería
magistralmente corroborado por François Furet.
Me
convertí en macartista, a pesar de haber sido un crítico tenaz del
senador Mc Carthy y de sus métodos. Los hechos me dieron la razón
y el sistema comunista se derrumbó por su propia contradicción,
pero todavía hay quienes me acusan de macartista.
Mis
críticos, mientras tanto, giraban como peonzas, yendo del comunismo
al liberalismo, y ahora se agitan en un fascismo descarnado,
pidiendo las cabezas de quienes no piensan como ellos. Apenas
encaramados al poder, se han convertido en feroces cazadores de
brujas y algunos incluso reclaman sin recato la hoguera y el paredón
para los que se les oponen.
He
defendido al Gral. Lino César Oviedo, no porque coincidiera en lo más
mínimo con sus ideas o con sus causas, sino porque ha sido objeto
de una
injusticia
flagrante. Se le ha acusado y condenado en base a un proceso
completamente viciado, y aún ahora se le persigue por un crimen que
nadie sabe si se cometió o no, mediante un proceso tan plagado de
falsedades y mentiras que se ha convertido en sainete. Y a raíz de
eso me he convertido en oviedista.
¿Piensa todo el pueblo
así? Por supuesto que no; así piensa una especie de sub clase que
se considera a sí misma como la elite intelectual
del país, y que necesita cerrarse en logias para auto
elogiarse, combatiendo salvajemente a todo lo sea diferente, con las
armas más viles y despreciables.
El
pueblo paraguayo piensa bien y actúa bien; lamentablemente todo su
esfuerzo queda en aguas de borrajas cuando aparece esta supuesta
elite y, por la fuerza y su dinero, se queda con el
protagonismo. Desde 1936 que estamos en eso y desde 1936 que
fracasamos en forma sistemática.
Las
convicciones firmes y la decisión de sostenerlas a toda costa son
peligrosas en el Paraguay. Conducen al etiquetado y enseguida a la
satanización. Yo lo sé
por experiencia.
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