Si
Otto von Bismark se levantase hoy de su tumba, volvería a caer en
ella fulminado por una realidad: Deutschland ya no existe, y mucho
menos "ubre alles". Lo que existe es una Unión Europea
que cada vez se integra más. Los Estados Unidos de América son el
ejemplo de las uniones de estados, e, inevitablemente consolidarán,
más tarde o más temprano, una Unión Americana que se extienda
desde el Artico hasta el Antártico. El viejo nacionalismo de las
naciones - o la Europa de las Patrias de la que hablaba De Gaulle -
ha muerto para dejar el paso a una globalización parcelada en
varias inmensas uniones que terminará, casi con certeza y en menos
de un siglo, en una verdadera nación universal.
El peligro de la globalización es el gobierno universal. Si
la libertad triunfa y los controles absurdos son arrasados, el
planeta se encaminará hacia una edad de oro que nunca antes ha
vivido; si el gobierno universal es el gobierno de los burócratas y
los controladores, entonces la globalización creará las
condiciones para una resurrección violenta y salvaje de los
nacionalismos.
El nacionalismo ha muerto, tal como se lo conoció desde el
siglo XIX , pero las semillas de su resurrección están latentes.
Si el gran motor de la humanidad es la libertad, su ocaso provocará
el estallido que volverá a atomizar las poblaciones del planeta y
hará renacer esa doctrina nefasta que fue el nacionalismo.
Por el momento, sin embargo, el mundo se encamina hacia las
grandes uniones y hacia la caída de las fronteras y de los
controles que ellas traen aparejados. La globalización significa
nada más que comercio libre a escala planetaria, tal y como querían
los doctrinarios ingleses del siglo XIX. Dentro de este esquema y
mientras no se instaure una burocracia tipo FMI o Banco Mundial, el
mundo liberado avanzará hacia el enriquecimiento de todas las
sociedades. El ser humano será igual en todas partes, tendrá los
mismos derechos, las mismas obligaciones y las mismas oportunidades.
Un paraguayo podrá viajar sin visas ni cortapisas a Nueva York y
trabajar allí sin que nadie le imponga nada que los neoyorkinos de
cuna no soporten. Y un neoyorkino podrá viajar a la Argentina o al
Paraguay sin que nadie le diga, en ningún caso "yankee, go
home", porque la "home" será el planeta.
Dentro de esta tendencia universal,¿ puede un partido
nacionalista, imponer sus ideas a un país pobre y casi deshauciado,
enfrentándose al destino universal? Lamentablemente creo que puede
y que si triunfa en sus ideas logrará poner a ese país al margen
del desarrollo, dejandolo postrado y en su pobreza durante el tiempo
que dure su hegemonía. El Paraguay corre ese peligro porque el
partido que lo gobierna, y que ostenta mayorías substantivas aún
en los demás partidos, es nacionalista a la manera de Bismark. No
han aprendido nada durante los setenta años de hegemonía, ni han
sacado conclusiones que les permitan conocer el origen del desastre
al que condujeron al país.
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