El
gobierno paraguayo actual es fruto de una conspiración que se llevó
a cabo, con matemática eficiencia, desde mayo de 1998 hasta
marzo de 1999.
En
aquellos días, en mi columna del diario La Nación, yo acusaba al
wasmo-laíno-argañista vivía todavía Luis María Argaña, de
preparar un golpe de estado para acabar con la democracia paraguaya.
El golpe de estado fue dado siguiendo el siguiente programa:
Aprovechamiento de la muerte de Argaña, asesinato de jóvenes en la
Plaza del Congreso mediante francotiradores situados en el tejado
del antiguo Cabildo y en la propia Plaza, parodia de juicio político
y luego, consolidación mediante una especie de co-gobierno entre
lainistas, caballerovarguistas y argañistas.
La
Corte Suprema de Justicia dictó el fallo 191, una obra maestra de
la falsedad y la interpretación dolosa de la Constitución para
convertir el interinaje en permanente y otorgar la presidencia de la
República a un senador que formó parte principal en la conspiración.
Antes
del mes, la coalición comenzó a resquebrajarse, y antes de un año,
se hundió. Los responsables del atentado contra el cuerpo de Argaña
no pudieron, por chapuceros, probar una sola de sus acusaciones y
los liberales comenzaron a sentir vergüenza de estar sentados con y
aliados a los asesinos de marzo. La trama quedó al descubierto y
los hombres de Wasmosy comenzaron a hacer mutis por el foro.
Quedó
en el gobierno un sector del Partido Encuentro Nacional, aliado con
el argañismo, y enfrentaron juntos las elecciones del 13 de agosto
del 2.000. El PLRA venció a pesar de su candidato, un indolente
Julio Cesar Franco. Mientras Franco decepcionaba a todo el mundo,
especialmente al mundo exterior que vio en él al mismo buey manso
que yo describí cuatro días después de su juramento, en el
gobierno se suscitaba una lucha feroz por los girones del poder y
los restos del país.
La
logia de Itaipú, bajo la jefatura real de Enzo Debernardi y la
nominal de Juan Carlos Wasmosy, hizo estragos en el argañismo
infantil de los hermanos Felix y Nelson Argaña.
Sin
enemigo a quien perseguir, los lobos comenzaron a morderse
ferozmente entre ellos.
Y
ahora Nelson Argaña trata de rata a Bader Rachid Lichi y
conspira para hacer un juicio político al senador que colocaron en
la presidencia y que no quiere saber nada de compartir el poder
porque se siente cómodo con el desquicio general.
Mientras
el país se desangra, robado, esquilmado, burlado y asaltado por
cuanto delincuente hay en el planeta, González Macchi se ocupa de
que Nicanor Duarte, su propio ministro de Educación, no llegue
siquiera a ser candidato en la ANR, y los Argaña buscan la forma de
desembarazarse de González Macchi al menor plazo posible.
Ya
hay emisarios conversando con todo el mundo para conseguir los dos
tercios
de votos que se necesitan en el Congreso para destituir a
González Macchi. A los liberales le prometen el gobierno, a los
colorados disidentes el acuerdo político, al UNACE el olvido. Lo único
que quieren ahora es destruir a González Macchi y lo pueden
conseguir porque no habrá nadie que lo defienda. ¿Y después, qué?
El
argañismo va a jugar a traicionar a todo el mundo para quedarse con
el botín. La logia traicionará a los argañistas porque no dejará
que nadie toque el botín. Los oviedistas seguirán siendo la fuerza
electoral principal, pero sin conducción serán la hermosa y
codiciada niña boba que está presta a caer en las manos de
cualquier sinverguenza y los liberales de Franco llorarán por haber
elegido a un buey manso cuando debieron elegir a un dArtagnan.
La
crisis en el argañismo es la fase final de la infortunada
democracia paraguaya que nació en 1989, fue traicionada en 1992 y
pasará a la historia como una época triste que debió ser
reemplazada por un líder carismático y fuerte. Nos ha ocurrido
otras veces y nos volverá a ocurrir.
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