Una acusación que tradicionalmente se esgrimió contra el
partido Colorado es que los dirigentes de la Asociación Nacional
Republicana son colorados antes que paraguayos y que priorizan
absolutamente al partido en lugar del país.
Para ellos es más importante que el partido mande a que el
país progrese, según esta crítica.
La transición a la democracia, inaugurada el 3 de febrero de
1989, hizo suponer a muchos que aquella acusación estaba demasiado
trillada ya como para afectar las decisiones del electorado pero
ahora, dados los últimos acontecimientos, parece necesario revisar
esta suposición.
Todo el país, incluida la nueva dirigencia del partido
Colorado, está completamente conciente de que el gobierno del
senador Luis Ángel González Macchi es un desastre nacional,
cualquiera sea la vara con que se lo mida.
Todo el país sabe también que un procedimiento
constitucional y legítimo para terminar con esta pesadilla que
empobrece a los paraguayos es el juicio político y la destitución
del senador-presidente y todo el país sabe, además, que existen
elementos suficientes para destituir a González Macchi. No solo
legales, sino políticos y sobre todo morales.
Sin embargo, a pesar de saber que cada minuto que el
senador-presidente continúe en el poder significará un tiempo de
dolor y privaciones para cada habitante del Paraguay, la actual
dirigencia colorada, encabezada por Nicanor Duarte Frutos, justifica
su oposición al juicio político de González Macchi con el
argumento de que su caída conducirá al partido Liberal al poder.
A Nicanor y a sus amigos argañistas y wasmosistas no les
interesa el infortunio del Paraguay. Les interesa asegurarse el
poder. No les interesa que su estrategia prolongue la vida del peor
gobierno que haya castigado a nuestro país a lo largo de su
desdichada historia. Les interesa solamente seguir mandando.
Desgraciadamente es más que probable que Nicanor logre su
objetivo de impedir el juicio político de González Macchi. Y también
es posible que una vez que eso haya sucedido fuerce la renuncia del
senador-presidente y del vicepresidente Julio César Franco, para
entregar la presidencia a algún fiel amanuense del Congreso.
No hay en la estrategia de Nicanor Duarte Frutos un solo ápice
de grandeza, de moral o de patriotismo. La suya es una política
pigmea, avara, dañina, cuyo único objetivo es permitirle a él, a
Nicanor, decir que fue capaz de mantener al partido Colorado en el
poder.
Y la historia dirá, seguramente, que Nicanor Duarte Frutos
mantuvo al partido Colorado en el poder. Pero dirá también que lo
hizo al precio de sacrificar al Paraguay por un rastrero cálculo
político.
Para todos los muchos que creyeron que los argaño-wasmosistas
podrían convertirse en políticos rectos al servicio del país, allí
tienen, pues, el rotundo desmentido que les está brindando Nicanor
Duarte Frutos.
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