El
principio de la vacuna, enunciado ya en 1796 por el físico inglés
Eduardo Jenner y usado en 1885 por el sabio francés Luis Pasteur,
es simple: se introduce en un organismo un agente, en calidad
controlable por aquel, con el objeto de que produzca por sí mismo
los elementos necesarios para neutralizar las acciones que dicho
agente naturalmente produciría.
Los
que siguieron las publicaciones relativas a la intentona golpista
del 18 de mayo de 2000 saben que ella fue una aplicación magistral
del principio de la vacuna en el organismo del régimen de marzo,
que le sirvió para asegurar su supervivencia, amenazada entonces
por la descomposición social resultante de su gestión.
Los
agentes usados fueron aquellos elementos de la oposición incapaces
de comprender los procesos revolucionarios quienes, víctimas de su
ignorancia y de su ansiedad, se convirtieron en instrumento
inconsciente de aquello contra lo que luchaban.
Lenin,
el teorizador supremo del proceso revolucionario, denominó a estos
agentes enfermedad infantil (Izquierdismo, enfermedad
infantil del comunismo).
Obviamente,
lo esencial del principio de la vacuna es que los agentes sean auténticos.
La vacuna no funciona si los agentes no son auténticos.
El
régimen de marzo, presidido por Luis Ángel González Macchi pero
integrado incluso por adversarios ocasionales o aparentes como Juan
Carlos Wasmosy, está enfrentando ahora una nueva y más grave etapa
de descomposición que la que motivó a los idiotas útiles del 18
de mayo de 2000.
Una
amplia coalición de organizaciones, acompañada por la simpatía
creciente de toda la población, está planteando un desafío
profundo al régimen, diferente a la comedia
que pretende montar la dirigencia liberal radical auténtica
(la convención originalmente convocada para el 25 de marzo) para
volver a secuestrar las posibilidades de cambio en el Paraguay.
Ante
ese desafío, es previsible que el régimen vuelva a usar el
principio de la vacuna.
Tramará
una nueva conspiración golpista, a la que atraerá a esos mismos
tontos que siempre creen que se puede hacer una revolución con un
cuartelazo militar y que nunca aprenden que el pueblo en la calle
ejerciendo ya el poder es el único camino real para cambiar
las cosas.
Los opositores al régimen de marzo que se sumen a una conspiración
de ese tipo deben ser tratados, tal vez, de la misma forma en que se
trata a los colaboracionistas de las dictaduras: su estupidez
irredimible impide la liberación del Paraguay y sirve únicamente a
los opresores.
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