Aquellos
que esperaban que el nuevo vicepresidente de la República, Julio César
Franco, se precipitara a tratar de forzar cambios radicales en el poder
estarán ya decepcionados de él, del mismo modo en que estarán
desilusionados los que esperaban una actitud pasiva y colaboracionista.
El
Dr. Franco viene a ejecutar su propia agenda política y no la de algún
entusiasta tercero, a estar por la manera en que el vicepresidente
electo está realizando su acercamiento al poder.
Esto
es independiente de los resultados que pudiera obtener con el desarrollo
de una agenda propia, que no necesariamente deben terminar bien, o mal.
Franco tiene a este respecto una virtud y un defecto. El defecto es que
se mueve en el marco de una dirigencia política, la liberal, que no ha
logrado demasiados éxitos desde el inicio de la transición y sí
estruendosos fracasos cuando todo parecía preparado para beneficiarla.
La virtud es que el vicepresidente ha sido siempre un ganador.
Tras
las reuniones que ha venido manteniendo en varios ordenes, Franco ha
esbozado varios mensajes: con la aceptación de la fecha que
quería el régimen para su asunción al cargo, el vicepresidente
dice que jugará según las reglas en uso desde el 28 de marzo de 1999;
con el compromiso con el presidente González sobre impulsar la reforma
del Estado, dice que satisfará las aspiraciones del poderoso sector
empresarial; con la declaración sobre el ejercicio de sus funciones
constitucionales, dice que no le apura la cuestión de
llegar a la presidencia
de la República.
Sin
embargo, al mismo tiempo, gente de su entorno, como Miguel Abdón
Saguier, están recordando al régimen su falta de legitimidad y su
debilidad.
Es decir, Franco le está diciendo al régimen que él no apurará
la caída, pero que, de producirse el derrumbe, tampoco lo desaprovechará.
El mandato de Franco no hace referencia a estos asuntos: hace
referencia a la reconciliación nacional, a terminar con las
persecuciones políticas. Ese es, en esencia, el cambio que el pueblo
quiere.
Con González Macchi o sin él, si Franco cumple con ese mandato,
tendrá buena chance de ser elegido presidente en el 2003, con la
salvedad del desarrollo de la situación económica y social, cuyos
signos no son alentadores.
Es una posibilidad a tener en cuenta la de un colapso de la
economía paraguaya, en cuyo caso el mandato de Franco habrá sido
rebasado, demandando de él la adopción de posiciones que le aseguren
no verse comprometido con un régimen que ha conducido al país al despeñadero
en que se encuentra.
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