Los responsables de marzo
Enrique Vargas Peña
En pocos días más se recordará el primer aniversario de la caída
del gobierno constitucional de Raúl Cubas y de la instauración, en su lugar, de la
dictadura que actualmente nos oprime, el "régimen de marzo".
Es apropiado, por tanto, reflexionar sobre sus responsables.
A fines del 97 el país abrió el proceso de renovación de
autoridades, con elecciones internas en los partidos, con vistas a las generales de mayo
del 98.
El Paraguay estaba arruinado por la gestión de Juan Carlos Wasmosy
quien, con apoyo de Gonzalo Quintana entre otros, dilapidó unos ochocientos millones de
dólares para pagar las cuentas dejadas por algunos prestamistas.
Pero era todavía un país en transición hacia la democracia.
El 7 de setiembre del 97, Lino Oviedo, legalmente habilitado, triunfó
en las primarias coloradas con un discurso sencillo: basta de corrupción.
El mensaje del electorado fue contundente: más del setenta por ciento
de los colorados votó ese día contra Wasmosy. Fue un repudio humillante.
El sistema democrático empezaba a funcionar, dando al ciudadano la
posibilidad de castigar con su voto a los malos gobiernos.
Wasmosy no se amilanó. Despreciando al pueblo dijo que los paraguayos
somos infradotados que no sabemos elegir e hizo todo lo que estuvo a su alcance para
evitar, efectivamente, que eligiéramos.
Con sus cómplices Laíno y Caballero Vargas, con sus nominados de la
Corte Suprema y con sus peones en el Congreso y en la prensa se encargó de demoler el
orden jurídico existente, que permitía al pueblo castigarlo, para construir otro, nuevo,
en el que la soberanía popular estuviera tutelada.
El discurso de "Ultima Hora", buque insignia del wasmosismo
triunfante, es particularmente revelador de esa política.
No hubo límite que no haya sido roto en ese propósito, desde el uso
de tribunales especiales hasta la remoción de jueces independientes, desde la bendición
de actos arbitrarios del gobierno (doctrina Paciello) hasta el intento de surpimir las
elecciones, desde el llamado al golpe militar hasta poner al país al servicio de Mark
Jiménez, financista de Bill Clinton y Albert Gore.
Se había iniciado otra transición. La transición hacia la dictadura.
Sin embargo, el 10 de mayo del 98 el pueblo todavía pudo hablar:
cincuenta y cuatro por ciento de los paraguayos votamos contra Wasmosy y su aliado Laíno,
que fueron apoyados por casi toda la prensa, las agencias, el empresariado, los
sindicatos, su Corte Suprema, la Iglesia y Clinton.
El voto castigo fue insoportable para el ex presidente y los suyos, que
resolvieron acabar de una buena vez con esa costumbre de votar.
La poderosa coalición fáctica articulada por Wasmosy hizo todo lo que
estuvo a su alcance para hacer fracasar no solamente al gobierno de Cubas sino al sistema
que permitía al pueblo castigar a los ladrones.
El resto de su éxito también se conoce. Y sus resultados
socio-económicos.
Los paraguayos no saldremos de nuestros problemas económicos y
sociales si no reconquistamos la democracia.
Quienes sirvieron a Wasmosy en la tarea de despojar al Paraguay de su
soberanía pueden, cómo no, tratar de enmendar ese acto, pero hay un solo camino para
hacerlo: abolir el régimen de marzo, hasta sus cimientos.
No deberían tratar de secuestrar el cambio, para seguir empobreciendo
a los paraguayos.