La
última disputa por la presidencia de las cámaras legislativas ha
reconfirmado que la auto denominada clase política paraguaya,
incluidos en ella los exponentes de la oposición a la dictadura,
carecen de proyectos y están en el ruedo político solamente para
ganar espacios de influencia.
Esta actitud no es nueva, sino que se produce desde que en el
Paraguay se dejó de pensar, hace unos sesenta o setenta años (tal
vez los últimos políticos con proyecto que pasaron por la historia
nacional fueron los Ayala entre los liberales y el grupo que secundó
a Stroessner entre los colorados).
La consecuencia de hacer política sin proyectos conduce
necesariamente a adoptar acríticamente los modos de acción
vigentes y, por tanto, a renunciar a ejercer sobre los mismos
cualquier influencia rectificadora.
Eso explica no solamente el permanente deterioro de las
formas de hacer política en el Paraguay, que a falta de influencias
renovadoras se hunden en remedos cada vez menos logrados de lo que
fueron desde los tiempos de la Guerra del Chaco, sino la falta de
alternativas que la opinión pública percibe en políticos que se
comportan, todos, de la misma manera.
Los
políticos paraguayos hacen política sin proyectos, porque carecen
de filosofía, carecen de una formación que les permita encontrar
respuestas adecuadas a sus ideales para transformar la realidad en
la que operan.
Los
partidos políticos, que debían servir como apoyo ideológico a los
hombres de acción para evitarles los riesgos de actuar sin
sustento, se han convertido, también ellos, en simples clubes de
contrataciones e influencias, más vacíos aún que los políticos
que medran a través de ellos.
El
cuadro general es desolador. Laíno se oponía a Stroessner y realizó
durante esa oposición muchos actos valerosos que sirvieron para
convencernos a muchos paraguayos acerca de la necesidad de vivir en
un país libre, pero, nunca pudo esbozar adecuadamente un proyecto
alternativo que permitiera al país cambiar y terminó repitiendo,
dentro y fuera del partido Liberal la mayoría de las prácticas que
caracterizaron al régimen stronista.
Oviedo
se opone a Wasmosy, y está realizando, en este paso por la oposición
que le toca vivir, actos que ponen en evidencia la necesidad que
tenemos de vivir en un país regido por leyes iguales para todos,
pero no ha esbozado hasta ahora una propuesta que vaya más allá
del mero cambio de hombres para administrar el mismo sistema.
Por
eso los diputados y senadores oviedistas se mueven como un fluido
sin cauce, pactando con unos u otros, sin otro norte que la
supervivencia y alejados completamente de cualquier pretensión de
cambiar la suerte del país.
Es
una pena.
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