Las piruetas
Enrique Vargas Peña
Es necesario hacer notar de tiempo en tiempo las piruetas que se ven
obligados a hacer numerosos periodistas para condenar ahora lo que antes justificaban
después de haberlo condenado alguna vez.
Allí están Mina Feliciángeli pidiendo hoy las elecciones que negaba
en diciembre, Víctor Benítez desafiando al presidente que defendía en noviembre, Mengo
Boccia criticando los abusos que creía convenientes en octubre, Juan Andrés Cardoso
explicando la democracia que ayudó a demoler hasta hace poco, Milda Rivarola admitiendo
errores gubernamentales que antes ocultaba, Pepa Kostianovsky hablando de pavadas que
antes despreciaba, Pancho Oddone haciendo patéticos esfuerzos por explicar los cambios.
En la misma danza están Pepe Costa, José Nicolás Morínigo,
Alcibiades González Delvalle, Ilde Silvero, Humberto Rubín, Benjamín Fernández Bogado,
Sannie Lopez Garelli.
Mención especial merece, claro está, "la preferida", Stella
Ruffinelli.
Allí están otros periodistas, menos famosos y menos ilustrados, pero
no menos flexibles, que desde las jefaturas de redacción, desde las jefaturas de
secciones políticas y económicas, desde los reportes y las crónicas atacan ahora lo que
ayer les era querido.
Todos bailando obscenamente en repugnante exhibición.
Es bueno, muy bueno, recordar lo que han escrito estos periodistas en
el pasado reciente. Aquí mismo, en la columna de "Medios" que está al lado del
presente comentario, a la izquierda, es posible buscar las sesudas opiniones que en los
diarios han firmado los mencionados hombres de prensa.
Vale la pena.
¿Y por qué es necesario hacer notar estas piruetas?
¿No tienen acaso estos periodistas derecho a encontrar rentas donde
mejor les parezca?
Es necesario hacer notar estas piruetas porque ellas son la evidencia
de un compromiso que evidentemente no es con la coherencia.
Cada cual tiene pleno derecho, por supuesto, a buscar su propio
beneficio, pero el lector, el ciudadano, tiene idéntico derecho a ver que hay una notable
coincidencia entre las piruetas de estos periodistas y los cambios de actitud del señor
Juan Carlos Wasmosy con respecto al gobierno.
Wasmosy está contento con el gobierno, ellos están contentos con el
gobierno; Wasmosy está enojado con el gobierno, ellos se enojan también con el gobierno;
Wasmosy dice que el pueblo paraguayo no sabe elegir, ellos dicen que los paraguayos somos
retrasados.
Estos singularmente drásticos cambios en la percepción de los
acontecimientos que sufren estos periodistas deberían mover a risa, o a lástima, dado
que rayan lo grotesco, si no fuera porque se trata de los giros de un grupo de personas
que, en su afán de complacer, han llegado al extremo de defender el principio de
obediencia debida, el de la legitimidad de los actos arbitrarios del gobierno, el de que
el fin justifica los medios.
Porque en base a esos principios fue restaurada en el Paraguay una
dictadura, el 28 de marzo, que, además, los usó para realizar actos como la muerte de
Coco Villar, las torturas a legisladores opositores, la prisión de periodistas críticos,
el hostigamiento a la prensa independiente, por no mencionar la usurpación del derecho
del pueblo paraguayo a elegir a sus gobernantes.