Tener
razón es un problema grave. El que la
tiene se gana pronto el abandono y hasta el desprecio incluso
de sus seres más queridos. Margarita
Yourcenar dice, en "Memorias de Adriano", que tener
razón antes de tiempo es, en realidad, una forma de equivocación.
Si uno tiene la desgracia de tener razón antes de tiempo en
Paraguay, es objeto de burlas, y sus posiciones valen menos que alguna
frase de Tinelli repetida por cualquiera que se mueva en una Hilux
4x4, símbolo máximo del éxito en el país, ese éxito logrado al
margen de los escrúpulos y que es causa de la situación en que
estamos.
Desde marzo de 1999, en medio del delirio que generó en
ciertos
grupos el derrocamiento del gobierno constitucional, sostuve la
entonces antipática y condenada idea de que todo aquello era un error
que los paraguayos pagaríamos muy caro, porque no se rompen
impunemente las vidas institucionales de las naciones.
Al menos eso es lo que enseña la Historia, esa vieja maestra
que tan pocos aprecian aquí y que tantas lecciones tiene para dar.
Creo tener derecho, por tanto, a pedir que no se descalifique a
los que, como Gonzalo Quintana, apoyaron el golpe de marzo de 1999
pero buscan ahora salidas desesperadas porque están viendo cómo
todas sus esperanzas han sido defraudadas y cómo el país está
siendo demolido desde adentro hasta llegar a niveles que nunca creímos
posibles.
Lo que en este momento corresponde es salvar a nuestro país.
Nadie puede ser dejado de lado.
El Paraguay está sufriendo uno de los momentos más críticos
de toda su
historia y, lo que es peor, las perspectivas son ominosas. La
quiebra moral de
la sociedad nos sitúa en la puerta del mismísimo Infierno.
Nadie, ni siquiera los más íntimos amigos de las fuerzas que
llevaron adelante el golpe de marzo del 99, está hoy en posición de
negar que las consecuencias de aquel acto han sido catastróficas, no
porque el presidente González Macchi sea especialmente perverso, como
cínicamente pretenden muchos de quienes le acompañaron durante el
período más cruel y arbitrario de su gestión, sino porque dicho
golpe impidió consolidar la estabilidad y la
previsibilidad posibles solamente cuando se respeta la voluntad
del pueblo.
La amarga lección que podemos y debemos aprender los
paraguayos es que no es posible prosperar con exclusiones, con
parodias judiciales, con
trampas, con negociados, con golpes financieros, con
contratitos públicos.
A la hora de escribir este comentario, no se sabe aún si tendrá
éxito o no la alianza de emergencia que para intentar salvarse busca
el presidente González Macchi con los argañistas o con quien sea.
Sin embargo, todo el país sabe ya que no quiere lo que hay ahora.
El cambio es, pues, cuestión de tiempo. Pero si se vuelve a
secuestrar el cambio con el fin de seguir viviendo al costado de la
moral y de la razón, será más barato que continúe nomás González
Macchi.
Sé que por afirmar todo lo anterior seré tratado, como antes,
de oviedista, de soberbio y de pedante. Pero, también como antes,
temo estar en lo cierto.
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