Según
informes de prensa, mi antiguo amigo Marcelo Duarte, diputado
nacional con vocación de fiscal, resolvió hace un tiempo plegarse,
en cierta manera, al llamado a castigar al régimen en las
elecciones previstas para el 13 de agosto que había realizado antes
de su detención en Brasil el jefe de la oposición paraguaya, Lino
Oviedo.
Dicen
que Marcelo pide a la gente que vote en blanco o que anule su voto
porque ninguno de los candidatos en pugna le satisface plenamente y
que ni Félix Argaña ni Yoyito Franco merecen su confianza para
desempeñar la vicepresidencia de la República.
De
mis recuerdos, deduzco que Marcelo hubiera preferido la candidatura
de Guillermo Caballero Vargas, su mentor, o la de Juan Carlos
Wasmosy, su referente político.
No
sé cómo resolverá Marcelo la aparente contradicción entre su
posición y la de Guillermo (así llaman sus prosélitos a
Caballero Vargas), dado que el padre del Encuentro Nacional se plegó
a la campaña de Félix.
Aunque,
en beneficio de mi antiguo amigo tengo que decir que las
contradicciones, aparentes o reales, jamás le impidieron llevar
adelante sus proyectos.
Pero
es probable que dicha apariencia sea consecuencia de los diferentes
enfoques que sobre las elecciones previstas para el 13 de agosto
tienen Wasmosy y Guillermo y que Marcelo, para no disgustar a
ninguno, haya resuelto emular a Pilatos, lavándose las manos.
Si
se observa bien, son muchos los que están tratando de lavarse las
manos, haciendo incluso el ridículo, para que no se les asocie con
este desastroso gobierno que ayudaron con tanto empeño y tanta
cortedad de miras a construir.
Sin
embargo, si esto es así, Marcelo se ha expuesto a que los zelotes
del régimen, esos que él ha criado y alimentado, le pidan cuentas.
Los
aliados de mi antiguo amigo podrían estar disgustados, pues las
coincidencias con el oviedismo han llegado a constituir un delito
penado con la cárcel en el Paraguay.
La
coincidencia de Marcelo con Oviedo en la necesidad que tenemos los
paraguayos de castigar a la dictadura, de hacerle sentir el repudio
que generan su incompetencia y sus arbitrariedades es un pecado
grave para aquellos que se están enriqueciendo y ocupando espacios
cada vez mayores de poder.
Resulta
paradójico que quien contribuyó de la manera más significativa a
convertir a este en el país de la intolerancia sea el que termine
ahora arriesgándose a perder en su propio juego.
Marcelo
tal vez olvidó que las revoluciones siempre terminan devorando a
sus propios autores.
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