Está
recrudeciendo la presión que sobre el Congreso ejercen los
partidarios de unificar las elecciones nacionales y municipales, a
caballo del remanido, y en realidad único, argumento según el cual
el derecho del pueblo a pronunciarse sobre los asuntos públicos
"traba y dificulta el desarrollo".
Lo que impresiona en esta cuestión es ese argumento, que está
expuesto por personas que indudablemente creen que son demócratas y
que indudablemente también ignoran quiénes son los que usaron antes
ese argumento y con qué resultados.
La idea según la cual las elecciones dificultan el desarrollo
fue utilizada de manera intensiva por tres figuras notables del Siglo
XX: Vladimir Illich Ulianov (Lenin), Benito Mussolini y Adolfo Hitler.
En Paraguay, dicha idea fue aplicada por el padre del modelo
autoritario
que estuvo en vigencia hasta febrero de 1989, el general José Félix
Estigarribia.
Históricamente, la aversión a las elecciones es propia de la
derecha religiosa, cualquiera sea el libro sagrado que sustente a tal
derecha.
Por el otro lado, la idea de elecciones frecuentes fue
sostenida siempre por los partidos liberales y, en la Constituyente de
Filadelfia, que redactó la magnífica Constitución de Estados
Unidos, se sostuvo la tesis, consagrada luego en dicho insuperado
documento, de que las mejores elecciones eran las
más frecuentes pues el control inmediato del pueblo sobre sus
representantes y mandatarios sería la mejor garantía de que el
sistema tendería a asegurar la prosperidad del país.
Es evidente por sí mismo que los constituyentes
norteamericanos tuvieron algo de razón y que Hitler, Mussolini,
Lenin, Estigarribia y la derecha religiosa no pudieron montar más que
maquinarias de terror para forzar a la gente a trabajar en proyectos
que le eran impuestos sin consulta.
Los que Hitler y sus semejantes construyeron así, son hoy
meros recuerdos dolorosos del Siglo XX, no solamente por la crueldad
incalificable a
que llegaron, sino por el poder omnímodo que lograron mediante la
restricción del poder electoral del pueblo.
Paraguay no está en ruinas por las pocas elecciones que tiene
cada cinco
años.
Está en ruinas porque no se respetan los resultados de esas
elecciones ni los mandatos que de ellas se derivan. Nuestro país está
en ruinas porque se hace trampa en las elecciones y no porque haya
elecciones.
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