En su probable desesperación, los más astutos integrantes
del gobierno de Luis Ángel González Macchi están tentando al
oviedismo con las mieles del poder.
El oviedismo no puede cometer peor error histórico que
asociarse con el más corrupto, inepto e ilegítimo gobierno de la
historia paraguaya, aún cuando el precio de no hacerlo sea
excesivamente elevado, salvo que sea para sostener una transición
hacia la abolición del sistema inaugurado el 28 de marzo de
1998.
Es indudable que dos años de persecución tenaz hacen mella
en cualquiera, es indudable que las perspectivas a corto plazo son
que Brasil y Estados Unidos sigan sosteniendo al régimen de marzo,
es indudable que hay
urgencias
vitales que no admiten espera.
Pero también es indudable que la victoria moral del
oviedismo sobre sus adversarios abre las puertas a una estruendosa
victoria política e institucional con la condición de no
comprometer ahora los duros momentos pasados por una aventura
descabellada con González Macchi o sus amigos.
Compartir el poder ahora con González Macchi, o aceptar dádivas
de su parte, o brindarle apoyo de alguna clase, es nada menos que
tirar por la borda los principios cuya defensa convirtió al
oviedismo en la única alternativa democrática a disposición del
pueblo paraguayo.
Si se puede transar con eso, no habría diferencias entre el
oviedismo y los cómplices del marzo paraguayo.
La única posibilidad de negociación admisible con los cómplices
de marzo podría ser la restauración ordenada de la democracia en
Paraguay (asunción de Julio César Franco, admisión de los
parlamentarios excluídos, despolitización total del Poder
Judicial, procesamiento incondicional de civiles y militares
implicados en violaciones de derechos humanos, recuperación de los
bienes públicos robados).
El precio de entrar en un contubernio que no contemple alguna
de estas premisas básicas será terrible para el oviedismo.
Para entenderlo no tiene más que observar el triste destino
del partido Liberal Radical Auténtico que, por preferir el atajo
que le ofrecieron los poderes fácticos antes que la confianza del
pueblo, terminó como está ahora, despreciado por todos.
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