Juan
Carlos Wasmosy y sus secuaces (Pancho de Vargas, Galaverna,
Villamayor, Nicanor, Ultima Hora) no pueden hacer la revolución.
Pueden intentar hacer algo que sea lo más parecido posible a ella,
pero no pueden hacer la revolución.
Los
Argaña y sus aliados no pueden hacerla. Stroessner y los suyos no
pueden hacerla. Domingo Laíno y su grupo tampoco. Guillermo
Caballero Vargas y sus fieles (él no tiene grupo, ni aliados, ni
secuaces, tiene fieles), menos aún.
Para
entender por qué los mencionados no pueden hacerla aunque lo
intenten, es necesario entender qué es la revolución.
Ella
es, en primer término, un acto de justicia: dar a los que han
destruid o el país lo que merecen, lo que recibirían en cualquier
país medianamente decente, lo que tendrían de no haber
instrumentado de un modo tan grosero, burdo y ofensivo al Poder
Judicial paraguayo.
Es
la acción reparadora del pueblo, ofendido por tanto robo, tanta
impunidad, tanta desvergüenza, tanto cinismo. Y es, por eso mismo,
un acto traumático ejemplificador y una ruptura que permite un
nuevo comienzo.
Si
la revolución no es eso, si no se puede imponer su merecido a los
que han destruido el país, no es, sencillamente, revolución.
Por eso Wasmosy, Laíno, Stroessner, etc. no pueden hacerla, pues se
condenarían a sí mismos.
Se
podrá discutir si ella es necesaria o no. Si los castigos que ella
exige son ya impostergables o no. Si es posible detener el proceso
de descomposición del Paraguay con alguna de las diversas
combinaciones que los que lo han iniciado y alimentado puedan aún
crear.
Ecuador
está intentando el cambio sin revolución. Las mismas fuerzas que
han destruido la democracia ecuatoriana están tratando de
restaurarla, lo que implica la impunidad de los culpables, pero
evita el trauma de la ruptura.
Venezuela
ha ensayado una vía que, tras barrer el viejo orden, se ha
conformado con la muerte civil natural de sus miembros. Chávez, tan
odiado por ellos, les ha salvado el pellejo y con eso ha
comprometido gravemente la naturaleza del proceso que encabeza.
A
Haití, la dominación extranjera le ha impuesto el camino del
estancamiento perpetuo.
Yoyito
Franco es una alternativa a la revolución en
Paraguay. Es probable que Brasil y Estados Unidos le prescriban el
modelo ecuatoriano. Pero es posible que les alcance con imponerle el
haitiano.
Del
pueblo paraguayo depende aceptar o no esos destinos.
|