Uno
no se da cuenta de lo que significa realmente la moral stronista
hasta que le toca sufrirla en carne propia. Uno tal vez cree que
puede convivir con ella, en cierta forma adaptarse, de alguna manera
incluso aprovecharse de ella hasta que ella hiere con toda su fétida
podredumbre.
Allí han estado, por ejemplo,
numerosos integrantes de la auto erigida elite del Paraguay diciendo
que es necesario que los argañistas ganen las elecciones del
pasado 13 de agosto de cualquier manera, a como de lugar.
Y peores que ellos,
están los otros, los integrantes decentes de la oligarquía
paraguaya, admitiendo el fraude electoral como han estado
consintiendo la corrupción, el nepotismo y la dictadura.
Para la moral
stronista el fin justifica los medios. Si para destruir a un
adversario, sea Oviedo, sea quien sea, hay que pisotear el debido
proceso, robar elecciones, o llegar a cualquiera de los extremos a
que han llegado en el Paraguay, pues se aplasta el derecho, se
vulnera el voto o se comete cualquier fechoría necesaria.
Cuando, antes de 1989,
algunos pocos hombres, hombres en el sentido más cabal del término,
denunciaban que el crimen mayor del stronismo era haber vaciado a
los sectores superiores de la sociedad paraguaya de contenido moral,
reemplazando los valores por el oportunismo, muchos despreciamos
irresponsablemente la llamada de atención.
Hoy, el país entero
paga las consecuencias.
Esto no se detiene en
el saqueo de los recursos públicos, ni el reiterado desconocimiento
de la voluntad popular. Esto llega hasta los más recónditos
aspectos de la vida cotidiana.
La moral stronista no
se detiene ante nada, viola por igual a la familia, a la amistad, al
amor. La elite paraguaya no puede diferenciar un robo de un negocio
y no hay vínculo ni pacto, por más apreciables que sean, que sus
integrantes no estén dispuestos a matar en busca de satisfacer sus
sórdidas apetencias.
La Hilux 4x4, el
viajecito a Miami, el contratito del Estado (sin licitación, por
supuesto), el golpe financiero, reemplazan entre los oligarcas a la
ética del capitalismo. Entre ellos se quieren según el valor de
sus autos. Cualquiera puede verlos paseando su desfachatez por
Asunción, despreciando a un pueblo al que están dejando exánime
para seguir con su escasa vergüenza.
Pero la moral
stronista se cobra siempre la cuenta. Nadie puede aprovecharse de
ella sin convertirse, más temprano o más tarde, en un fracaso
existencial obligado a internarse cada vez más en un vacío que los
oligarcas no pueden intentar llenar más que con vanidades
destructivas. Hay que verlos de viejos, nadando en banalidades para
no pensar.
Mientras los paraguayos no comprendamos esto, mientras no entendamos
que el fin no justifica los medios y que el mundo no termina en la
cuenta de plata dulce, no lograremos afianzar la democracia y seguirán
habiendo fraudes. Peor aún, mientras no enfrentemos el problema,
estaremos exponiendo a nuestros hijos a ser contaminados con esa
moral stronista y, finalmente, no lograremos salir del pozo de
insignificancia en el que estamos sumergidos desde hace mucho, mucho
tiempo.
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