Las
calles y rutas del país se van llenando de autazos y 4x4 con
calcomanías que nos quieren hacer creer que vivimos en el mejor de
los países, gobernado por la mejor de las administraciones y que
para asegurar todo eso debemos aceptar al candidato de ellos, de los
dueños de los autazos y las 4x4: Félix Argaña.
Nada tengo contra los autazos y las 4x4. De hecho, me gustaría
mucho tener alguno. Pero me molesta un tanto la manera en que
algunos propietarios de estos vehículos aseguran los recursos que
les permitieron adquirirlos.
No deseo referirme ahora a los grandes ladrones públicos.
Todos sabemos quienes son.
Quiero hablar de los beneficiarios de pequeños contratitos
del Estado, de esos que no llaman la atención, que se otorgan a
dedo y que permiten formar las clientelas en las que encuentra base
social el régimen que preside el senador Luis González Macchi.
Los contratitos permiten a esta gente vivir desahogadamente
sin más esfuerzo que el de hacer bien el trabajo que les piden,
cultivar las amistades que les aseguran la subsistencia y mantener
la fidelidad al régimen, de cuando en cuando.
La dictadura protege a esta clientela de tener que hacer las
demás cosas que la vida pide al resto de nosotros (aparte de hacer
bien el trabajo, etc.): ellos no tienen que competir, no tienen que
luchar a brazo partido para demostrar que su trabajo merece la
confianza del consumidor, no tienen que sufrir el rigor del mercado.
Van tranquilos por las derruidas calles de Asunción mirando
hasta con extrañeza a los cada vez más numerosos niños de la
calle, sin siquiera preguntarse por qué crece y crece el número de
miserables y pensando que las cosas están mejor de lo que nunca
estuvieron.
Y, sin embargo, la pobreza aumenta por causa de ellos. El
Estado está hipotecando nuestros recursos para pagar la buena vida
de estos discretos sinvergüenzas que todavía tienen la audacia, a
veces, de hablar de decencia y de moral.
Ellos son el electorado de Félix Argaña. Son muchos, aunque
dentro de la enorme burocracia del Estado se vean insuficientes. Sus
votos, sumados al trabajo que realizarán los señores integrantes
de la administración de justicia electoral y la misión de la
Organización de Estados Americanos, podrían valer más que el hastío,
el cansancio y la repulsa que siente el pueblo paraguayo hacia el régimen
más incompetente y represivo que haya sufrido el país desde 1989.
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