Las fuerzas políticas que derrocaron al gobierno constitucional que
había sido elegido el 10 de mayo de 1998 se encuentran preparando a
todo vapor una reedición del marzo paraguayo que les permita
retener el poder para seguir expoliando con impunidad al Paraguay.
Si se observa la evolución del discurso de la oligarquía
paraguaya entre setiembre de 1997 y marzo de 1999, se podrá notar
que ella se encuentra ya reeditando los primeros pasos que
condujeron al país a la tragedia.
Excluyendo del análisis cualquier consideración acerca de
la autoría de las muertes que enlutaron al país en marzo de 1999,
resulta evidente que los mayores beneficiarios de los hechos fueron
esas fuerzas y que los hechos mismos fueron resultado del clima de
crispación que esas fuerzas habían alimentado persistente y
vigorosamente desde aquel setiembre del 97.
Es evidente, pues, que aún cuando dichas fuerzas no
estuvieran involucradas en la comisión misma de tales hechos, hubo
en ellas el deliberado propósito de producir un clima social y político
propicio a hacer tolerable para la opinión pública un golpe
militar como el ocurrido en marzo de 1999, hubo un plan, hubo
coordinación en la acción, que tuvo éxito pleno.
Consecuentemente, los dirigentes liberales, que participaron
en aquella concertación autoritaria, serían muy ingenuos si no
tuvieran dentro de sus cálculos la recurrencia de la oligarquía en
un camino que ha recorrido con tan buenos resultados para ella.
Según las versiones que están en las calles, la oligarquía
estaría dispuesta a reconocer, como en 1998, el triunfo de una
fuerza que para ella representa una amenaza, desde que supone una pérdida
de control sobre el proceso político.
Esta sería la movida para desactivar la resistencia
ciudadana mientras se pone en marcha la reedición de un proceso
semejante al culminado en marzo de 1999, lo que en términos
sencillos significa que el régimen está sencillamente embarcado en
un proyecto de ganar tiempo para reorganizar su propia perpetuación
en el poder a pesar de la voluntad pública.
Y en este propósito cuenta con el apoyo de Estados Unidos y
de Brasil, que son, desde luego, los países que dan sustento a la
dictadura paraguaya con el fin de proteger cada uno los intereses
políticos que mantiene en el país.
Las fuerzas electorales que dieron el triunfo, provisorio, al
Dr. Julio César Franco están siendo puestas así entre la espada y
la pared: o sobreviven hasta que las condiciones estén dadas para
su desalojo como en marzo o ni siquiera se les brinda la chance de
desarrollar política alguna.
Esta es la disyuntiva ante la que están las fuerzas democráticas
paraguayas. Es de esperar que no se equivoquen una vez más.
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