A
medida que avanza el deterioro de la situación nacional y la caída
del nivel de vida de la sociedad paraguaya, aumenta el número de los
que se pregunta cuál es el límite al que hay que llegar para que el
cambio se haga inevitable.
Suponen, quienes formulan esa cuestión, que alcanzado cierto
grado de descomposición, las sociedades entran en un proceso automático
y natural de depuración, que puede ser la Revolución Francesa tanto
como el gobierno de Menem.
Se equivocan. No hay matemáticas en la vida de las sociedades
y, como demuestran cabalmente los casos de Haití y los de las
sociedades africanas subsaharianas, no hay límites para el deterioro
cuando no existe una fuerza social capaz de plantear el cambio.
Las llamadas condiciones objetivas del cambio no lo
producen cuando no están acompañadas de las condiciones
subjetivas, y estas últimas están lejos de producirse en el
Paraguay aún cuando las primeras se vienen produciendo desde hace ya
mucho tiempo.
Por ejemplo, la crisis bancaria, que aquí eclosionó en abril
de 1995 y que en países como Venezuela, México y Ecuador determinó
el derrumbe del régimen institucional, aquí no produjo más efecto
que la formación de un pequeño grupo de gente que protesta,
encabezado por el ingeniero Otazú Montanaro.
No hay en el Paraguay fuerza política alguna que plantee la
necesidad de un cambio real o que pretenda usar al Estado con fines
diferentes a los que tiene ahora.
El oviedismo, que es tal vez la fuerza con mayor potencial para
hacerlo, tiene en su interior elementos gravitantes que no son capaces
de superar la concepción de la política que ha arrastrado al
Paraguay a la penosa situación en que se encuentra.
Tiene también elementos gravitantes tan radicalizados acerca
de lo que hay que hacer que pierde la oportunidad de conectarse con un
espectro más amplio de la sociedad ocasionando temor y resistencia en
mucha gente y en la comunidad internacional.
El Paraguay requiere, antes que cualquier otra cosa, de un
nuevo sistema moral que constituya una ruptura con el heredado del
stronismo. La moral stronista, simbolizada por el enfermizo deseo de
alcanzar la Hilux 4x4 que mueve a los sectores pudientes de la
sociedad y resumida en la frase atribuida a Maquiavelo el fin
justifica los medios, es la causa principal que ha impedido la
consolidación de la democracia y la consecuente corrección del
modelo socio-económico.
Mientras eso no se comprenda adecuadamente, no habrá cambios
reales en el Paraguay y se verá que el pozo no tiene fondo, que no
hay límites para el deterioro, que podemos llegar a situaciones tan
extremas como la de Somalía y, sin embargo, seguir cayendo.
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