Coherencia y
buena fe
Enrique Vargas Peña
Las personas que se equivocan de buena fe lo demuestran asumiendo sus
errores y rectificando los rumbos. Un caso notorio, a nivel mundial, de esto es el que
protagonizó Francois Mitterrand, presidente de Francia (1981/1995), quien reconoció, a
los dos años de haber llegado al poder, que las propuestas que él había ofrecido a
Francia estaban perjudicando al país.
Mitterrand cambió de rumbo y Francia se lo reconoció reeligiendolo.
El Paraguay está sufriendo un terrible proceso político, iniciado el 27 de diciembre de
1992, en el cual mucha gente ha cometido errores de buena fe.
Yo mismo, por ejemplo, apoyé durante ocho años a Domingo Laíno,
dedicando lo mejor que pude a fortalecer su figura, a fortalecer al Partido Liberal
Radical Auténtico, a minimizar sus errores.
Pero llega un momento en que uno debe analizar su propia conducta y
cuando estuve allí, me vi trabajando por cosas que no creía justas ni buenas.
Me vi construyendo silogismos para explicar lo inexplicable: el pacto
de gobernabilidad, la alianza con Wasmosy, la alianza con Caballero Vargas, la
destrucción de la esperanza de justicia, etc.
Esto viene a cuento por el notable artículo que el domingo 14 publicó
en ABC Color el periodista Alcibiades González Delvalle, un hombre que en los últimos
tres años ha estado en contra de casi todo lo que yo he apoyado.
González Delvalle realiza en ese artículo una confesión de
desesperanza que llega al alma, porque se trata de alguien que puso mucho esfuerzo en ver
las cosas desde una perspectiva positiva o, si se quiere, constructiva.
Pero los hechos, "los tercos hechos" como dice Francois
Revel, muestran una realidad dramática, triste, dolorosa, desde la que es muy difícil
alentar el optimismo.
La diferencia entre las personas de buena fe y las de mala fe, reside
en la actitud ante los hechos: la gente de buena fe se rinde a la evidencia, la gente de
mala fe se refugia en el cinismo.
Estoy denominando "mala fe", tal vez de un modo temerario, no
solamente a actuaciones con intención aviesa, sino también a actuaciones que sin ser
aviesas implican la admisión consciente, por comodidad o por cobardía, de un estado de
cosas objetivamente intolerable.
El Paraguay de marzo, lamentablemente para quienes creyeron en él de
buena fe, está cada vez más cerca de la pesadilla pura y simple que de los sueños
cándidos de quienes compraron la propaganda montada por el aparato político de Juan
Carlos Wasmosy.
¿Por qué?
Porque no se puede construir la democracia sobre el avasallamiento de
la Justicia, sobre la negación de la verdad, sobre el desprecio al pueblo, sobre el
principio de "obediencia debida", sobre los escuadrones que dieron muerte a Coco
Villar.
La Historia de la Humanidad está llena, repleta, de los lugares
sombríos a los que conduce la idea de que el fin justifica los medios usada por Wasmosy
desde el 27 de diciembre de 1992.
Es necesario entender que si queremos salir del atolladero tenemos que
respetar las decisiones del pueblo paraguayo, nos guste o no nos guste lo que él decida,
y que no hay mejor ni más seguro camino al progreso y a la concordia que la democracia,
la participación, el pluralismo.
Cuando se restringe la democracia, cuando se quiere "corregir" lo que el
pueblo ha decidido, limitar sus opciones, proscribir a sus líderes, condenar a los
críticos y a los disidentes, se tiene este país que le causa tanta pena a Alcibiades
González Delvalle.