Fue
presentado en el Congreso un proyecto por el que se quiere unificar
las elecciones municipales y nacionales en un solo acto electoral y,
consecuentemente, prorrogar por dos años los mandatos de los
actuales mandatarios municipales.
El proyecto, impulsado por numerosos municipios, cuenta con
la simpatía de las fuerzas dominantes de la sociedad, cansadas de
la intensa actividad política que ha vivido el país en los últimos
años.
El argumento en el que se basa el proyecto es que la República
necesita una especie de tregua política que le permita dedicarse a
producir con tranquilidad.
Por supuesto, el argumento es falaz y el cansancio es más
bien desilusión.
Los impulsores y simpatizantes de este proyecto de unificación
de elecciones parecen no comprender de qué se trata este asunto de
la democracia.
La democracia no solamente es el sistema que permite al
pueblo elegir a los gobernantes, sino el que permite que el pueblo
los controle para que trabajen en su beneficio: gobierno del
pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
El desdoblamiento de elecciones es el que permite el control
popular sobre el desempeño de los mandatarios. No hay mejor manera
de controlar democráticamente a un gobierno que sometiéndolo al
escrutinio del electorado.
El Paraguay cuenta con una versión muy restringida de ese
mecanismo de control y es el desdoblamiento de las elecciones en
nacionales y municipales. Este sistema no es ideal, pues habría que
desdoblar también las elecciones legislativas y establecer la
revocatoria de los mandatos, pero es el que existe.
Las elecciones municipales funcionan, aquí, como elecciones
de medio término, básicas en cualquier democracia para marcar el
rumbo a los mandatarios del pueblo.
La unificación de elecciones eliminará incluso esa forma
restringida de control popular sobre el gobierno, dejando a los
mandatarios cinco años de licencia absoluta para hacer, sin temor a
ser molestados por el voto castigo, lo que les de la gana.
La falta de un control popular mayor es lo que ha permitido a
los políticos paraguayos hacer este desastre en el que estamos
metidos, desastre que cansa, con razón a las fuerzas dominantes de
la sociedad.
La agotadora
inestabilidad política que existe se debe, precisamente, a que
nuestros políticos, exentos de control electoral, han hecho todo lo
que podían hacer para desconocer la voluntad popular y no jugar
limpiamente el juego democrático.
Las fuerzas dominantes de la sociedad fallan en identificar
la fuente del mal, que no es la costumbre de votar, sino la falta de
oportunidades para hacerlo, que da a los malos políticos que
sufrimos la chance de torcer todo lo que está recto.
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