Con
consenso prácticamente unánime de las fuerzas dominantes de la
sociedad paraguaya ha sido restablecido, con modificaciones, el
edicto policial que prohíbe la presencia de menores en lugares públicos
después de la 01:00 de la mañana.
Medidas
semejantes han sido adoptadas también en numerosas ciudades del
continente.
Es
discutible el criterio por el que las familias delegan en la
autoridad pública el cuidado de sus hijos. Ello constituye una
abdicación de la función básica de la familia, que es
proporcionar formación a sus miembros menores, para depositarla en
manos de un Estado sobre cuyas calificaciones morales hay numerosas
dudas.
Si
un padre, que está teóricamente en contacto directo y periódico
con sus hijos, no puede atenderlos adecuadamente, si no sabe
establecer los límites que deben respetar, mucho menos podría
hacerlo el Estado, que carece de aquel contacto y menos aún este
Estado paraguayo que, además, ni siquiera puede equipar a todas sus
dotaciones policiales.
Este
edicto policial no reducirá la delincuencia, si es ese su objetivo,
porque la delincuencia no tiene origen en la hora de salida de los
menores, ni garantizará seguridad a los menores, porque la
inseguridad que sufre el país no se concentra en las madrugadas o
en los lugares públicos.
Este
edicto aumentará la sensación de fracaso que existe en las fuerzas
policiales y la frustración que la sociedad siente hacia ellas por
imponerles la satisfacción de expectativas que se encuentran
totalmente fuera de su alcance.
El auge de la delincuencia y el desorden social que sufre la
República se deben, no a unos cuantos chiquillos que beben demás,
lo cual es pésimo, sino a la quiebra moral de sus fuerzas
dominantes.
El
propio ministro del Interior, quien impulsa este edicto, está
siendo acusado de tener vinculaciones con las organizaciones de robo
de vehículos; el gobierno en general es sospechado de estar
profundamente minado por la corrupción.
Esa
es la causa principal del problema. El país carece de un liderazgo
moral capaz de establecer con la autoridad de su ejemplo y su
conducta un patrón decente de comportamiento social.
Los
padres de los menores que ahora celebran el restablecimiento de este
edicto restrictivo podrán llegar incluso a convertir al Paraguay en
un estado policial semejante en todo a Corea del Norte o a la
pesadilla imaginada por George Orwell en 1984, pero no lograrán
detener la descomposición.
Mientras ellos sigan recurriendo a cualquier medio para llegar al
fin, mientras la Hilux 4x4 sea más apreciada que una conducta
decente, sus hijos seguirán careciendo de modelos que garanticen un
mínimo orden social.
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