El
triunfo, provisorio, de Julio César Franco en la elección para
vicepresidente de la República es demasiado ajustado y demasiado frágil
aún como para ensayar en este momento alguna interpretación sobre
el carácter plebiscitario que tuvo la jornada del 13 de agosto.
Sin embargo hay algunas cifras que ya están señalando
algunos aspectos del mensaje que ha dado el electorado y, entre
ellas, la más significativa es la importancia que ha tenido el voto
leal a Lino Oviedo en jaquear a la poderosa maquinaria del régimen
inaugurado el 28 de marzo de 1999.
Los encuestadores proporcionarán con mucho mayor solvencia
las cifras exactas de este fenómeno sobre el que ya se encuentra
trabajando la reacción, como lo hizo después de mayo de 1998.
El voto leal a Oviedo permitió un crecimiento de las
posibilidades de Julio César Franco en base a un compromiso por el
que este asumió la responsabilidad, que hasta este momento es un
mandato electoral, acerca de poner fin a la persecución política,
a la restricción de derechos y a la exclusión de paraguayos.
De eso habló, precisamente, en los términos más claros, el
señor Miguel Abdón Saguier, muy íntimo aliado político de
Franco, en el discurso que pronunció, después del que brindó el
propio candidato, en el balcón de la sede del Partido Liberal
Radical Auténtico, sobre la calle Gral. Santos.
La reacción, que se expresa ya a través de los medios de
comunicación que controla desde siempre (Ultima Hora, Noticias,
Canal 9, Canal 13, Radio Uno, etc.) está solicitando otra vez (hizo
lo mismo con el presidente Cubas) que el virtual elegido inicie su
gestión pública traicionando el mandato recibido, traicionando los
votos que le dieron el posible triunfo.
Esta actitud es la que ella, la reacción, viene imponiendo
al país desde 1992: derrotada siempre en las urnas, desoye siempre
también la voluntad del pueblo y la reemplaza por la suya propia
por el peso de su poder fáctico.
De confirmarse, lo que es aún dudoso, el triunfo de Franco,
este será su mayor desafío: ser un político capaz de cumplir los
compromisos asumidos con sus electores en lugar de someterse a los
pactos de trastienda que le ofrecen los oligarcas que están
expoliando al Paraguay.
Hay que decir, a este respecto, que los antecedentes de los
políticos paraguayos en general, y los de Julio César Franco en
particular, no permiten abrigar muchas esperanzas.
Pero eso no modifica las cosas y todos, incluido Franco,
tienen siempre el derecho de empezar a actuar según la lógica
democrática alguna vez.
Es de esperar que el candidato liberal no desperdicie esta
oportunidad.
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