El
domingo 11, a las 17:00 horas (local 21:00 GMT) aproximadamente,
fue capturado y arrestado el general Lino Oviedo, jefe de la oposición
paraguaya, en un departamento de la ciudad de Foz de Iguazú,
Brasil, por fuerzas de la policía federal brasileña.
Los
detalles que rodean al hecho han sido extensivamente tratados por le
medios de comunicación paraguayos, argentinos, brasileños y
norteamericanos, y han recibido la atención del resto el mundo, por
lo que no hace falta redundar.
Tampoco
interesa aquí, de momento, especular como hacen muchos analistas,
sobre si Oviedo se entregó o cayó; sobre si es una jugada suya o
un agotamiento de su capacidad de vivir en la clandestinidad.
Lo
importante es determinar qué consecuencias tiene este hecho para la
oposición y para la democracia paraguayas.
En
un primer momento, la caída de Oviedo provocó un efecto
desmoralizador grave en la oposición.
También
produjo, en ese primer momento, un efecto desarticulador para todas
aquellas pequeñas fuerzas políticas que veían, al menos
potencialmente, en Oviedo un eje aglutinador de la resistencia a la
dictadura.
Y
produjo, finalmente, una sensación de euforia en el propio régimen
que ha estado dedicando toda su vida a convertir a Oviedo en la
causa de todos los males del Paraguay.
Pasado
ese primer momento, las cosas están volviendo lentamente a un
cauce.
Oviedo
preso, aquí o en Brasil, no es lo mismo que Oviedo mudo. Lo
contrario es la verdad. Oviedo preso, dondequiera, seguirá siendo
el jefe de la oposición y no será ni el primero ni el último líder
opositor preso.
El
régimen necesita a Oviedo mudo, pero para eso necesita también
acabar con la ficción de libertad de prensa que existe en el país.
Desde el 18 de mayo, la dictadura está caminando firmemente en
busca de ese propósito.
El
otro camino que el régimen tiene para enmudecer a Oviedo es
demasiado riesgoso, al menos a corto plazo, aunque la dictadura que
mató ya a José Coco Villar es capaz de muchas cosas.
Si
Oviedo logra mantener su voz, seguirá siendo, cada vez más, el eje
aglutinador de la resistencia a la dictadura.
Si
mantiene un discurso incluyente, que llame a todas las víctimas del
desastroso paso de la coalición argañista-liberal-encuentrista-wasmosista
por la cosa pública, esa resistencia a la dictadura crecerá
inevitablemente con Oviedo en el Chaco o en Brasil, haga lo que haga
el régimen para tratar de evitarlo.
Y
tratará de evitarlo mediante la invitación a exponentes de la
resistencia a incorporarse al saqueo del Estado. El inconveniente de
ese intento es que el Estado paraguayo está ya en quiebra y no
admite nuevos saqueadores salvo que se recurra a la inflación.
La
inflación, es decir, cargar sobre todos los paraguayos los gastos
que generan los compromisos políticos que necesita el régimen para
sobrevivir, es, desde luego, la política propuesta desde el
principio por Guillermo Caballero Vargas, líder del Encuentro
Nacional, y Washington Ashwell, presidente del Banco Central del
Paraguay.
La
euforia del régimen no está justificada, porque ahora se le acabó
la excusa: ¿quién creería que Oviedo preso podría provocar sequías,
inundaciones, quiebras, y demás asuntos que aquejan al Paraguay,
que el gobierno imputaba sistemáticamente a la acción del general?
Sin
La excusa a mano, ¿qué dirá el régimen al país para
explicar el deterioro constante de la situación nacional?
¿Acaso
cambiarán la corrupción, la politización judicial y
administrativa, la parálisis gerencial, la recesión, la
desconfianza, la creciente inseguridad, las falencias de salud, el
caos educativo, el derrumbe de la infraestructura porque hayan
capturado a Oviedo?
La caída de Oviedo parece una victoria del régimen,
indudablemente. Pero, aunque es todavía muy temprano para decirlo,
puede llegar a convertirse en una victoria pírrica.
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