Un fenómeno
llamado Wasmosy
Enrique Vargas Peña
El fenómeno que atascó el efímero intento de los paraguayos por
vivir en libertad y democracia se denomina Juan Carlos Wasmosy Monti. Se trata del ex
presidente de la República y actual senador vitalicio.
Eso es lo que se deduce fácilmente de la observación de los
acontecimientos que nos han estado afectando desde aquel lamentable atraco del 27 de
diciembre de 1992, mediante el cual el señor Wasmosy logró la candidatura presidencial
colorada que, en cambio, había sido confiada por el pueblo al Dr. Luís María Argaña.
Ningún lector medianamente informado de los asuntos nacionales podrá
negar que desde aquel nefasto día todas las perturbaciones políticas en el Paraguay
pueden seguirse hasta el señor Wasmosy: desde las numerosas postergaciones de diversas
elecciones internas coloradas hasta el caso Oviedo y desde la crisis financiera de 1995
hasta la infame privación de libertad del ingeniero Otazú.
Al ocupar el lugar que pertenecía al Dr. Argaña, Wasmosy se
convirtió en el campeón de la oligarquía que ahora nos oprime, junta celosa de sus
privilegios y temerosa de la voz del pueblo.
Wasmosy es el señor de nuestro destino y lo es porque ha sido capaz de
acumular en sí mismo un poder que no tiene equilibrio en el Paraguay, un poder cuya
existencia aborrecen las repúblicas.
El poder de Wasmosy nace de su riqueza económica, originada en los
años en que estuvo ligado a la construcción de la represa de Itaipú, cuyos costos
deberemos pagar los paraguayos durante generaciones enteras.
Este poder económico se expandió luego a diversas áreas de la vida
económica paraguaya y, desde 1989, ingreso de la mano de Andrés Rodríguez a la vida
política.
Blas N. Riquelme confesó una vez, en un arranque de furiosa candidez,
las motivaciones que mueven a numerosos políticos paraguayos y lo barato que es
satisfacerlas.
Esa confesión de Riquelme explica suficientemente la perdurable y
extendida influencia de Wasmosy, quien logró articular y mantener el frente auto
denominado "democrático" con el cual, exactamente como hizo el 27 de diciembre
de 1992, está siendo capaz de desconocer, una vez más, la voluntad del pueblo paraguayo.
La influencia de Wasmosy está apuntalada por un vasto aparato
propagandístico, integrado por medios de su propiedad (Radio Uno, El Día, Ultima Hora),
de propiedad de sus asociados (Canal 9, Noticias, Primero de Marzo) o por los periodistas
que le sirven los demás medios, cuya existencia fue revelada por Pepa Kostianovsky.
Y además, la influencia de Wasmosy tiene la bendición de Estados
Unidos. No es accidente que ex embajadores de ese país en Paraguay trabajen para Wasmosy,
que paga bien. Ni lo es que el fiscalizador de las elecciones de 1993, Jimmy Carter, lo
tenga entre sus amigos. Peter Romero, subsecretario de Estados para América Latina suele
atender muy seriamente las sugerencias de su correligionario Carter y la doctrina de su
partido.
Es que los señores del Partido Demócrata norteamericano ya habían
forjado antes a los Somoza.
Las repúblicas serias desmantelan, en orden a garantizar la igualdad,
a las potencias que amenazan los derechos ciudadanos. Allí está en Estados Unidos mismo
el caso de Bill Gates, cuyo imperio está bajo escrutinio y puede ser desmembrado.
Mientras los paraguayos no seamos capaces de fiscalizar y acotar
apropiadamente el fenómeno Wasmosy no tendremos República, ni democracia, ni
estabilidad, ni, finalmente, libertad.