"Si
Uds. siguen publicando esto, entonces se perderá la imagen de
independencia que tienen y ya no lograrán atraer a los
anunciantes". Ese es, palabras más, palabras menos, el tono
del discurso que dejan conocer, como quien no quiere la cosa, a los
medios de comunicación no oficialistas del Paraguay.
A raíz de las publicaciones que realizan los diarios La Nación
y ABC Color sobre el tema de la matanza de la plaza del Congreso,
ocurrida el 26 de marzo de 1999, el clima de intolerancia de
aquellos días ha renacido con fuerza en el Paraguay.
Es un clima que quienes no tienen noticia de lo que es el
totalitarismo no pueden comprender cabalmente: la intolerancia
devenida oficial en marzo de 1999 es semejante a la que caracteriza
a los regímenes totalitarios, abarca todos los aspectos de la vida,
engloba todos los campos de actividad, pretende enmarcar
cada acción, cada pensamiento, cada visión acerca de cada
detalle de la existencia.
Es una intolerancia militante, que no admite indiferencias,
que exige compromiso completo de todos en todo y que predispone a
castigar cualquier
atisbo de independencia, de duda, de soltura.
Ella se solaza en la uniformidad absoluta, en el conformismo
incondicional.
El hecho de que subsistan en Paraguay formas diversas de
expresión social que contribuyen a la generación de una falsa
imagen de pluralismo no implica que no haya intolerancia. Significa
solamente que esas expresiones están admitidas en la norma únicamente
en tanto se consideren formas de alienación.
Cosa semejante puede señalarse con respecto a la agria
disputa entre diversos sectores del poder. Quienes confundan esa
lucha con la libertad o la tolerancia no tienen más que releer la
historia del cristianismo, durante la que aparecieron diversas
tendencias, todas intolerantes entre sí y todas de acuerdo en la
intolerancia frente a terceros.
Ocurre que lo que están publicando los diarios La Nación y
ABC afecta a un dogma de fe del Paraguay de Marzo, el que sostiene
que el oviedismo es Satán y que el antioviedismo es Jehová.
Las publicaciones están dejando en claro que, a pesar de la
historia oficial, del dogma, y a pesar de los defectos de forma que
pudieran tener ellas, en marzo de 1999 se produjo, en la plaza del
Congreso, un enfrentamiento entre dos bandos armados y que los
documentos que se tuvieron en cuenta en el juicio abierto a raíz de
los hechos no son todos los que estaban a disposición de los
magistrados que eligieron discrecionalmente algunos, de mérito
menor.
El dogma se ve, pues, muy comprometido y como con la fe de
los poderosos no se juega, estos han fulminado ya el anatema que
condena a dichas publicaciones, a sus medios, autores, cómplices y
encubridores a sufrir
la
asfixia económica, el aislamiento social y la repulsa intelectual.
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