Los
paraguayos tenemos el 13 de agosto una oportunidad histórica que,
como todas ellas, está llena de riesgos y minada de peligros. De
hecho, se trata de una crisis que tenemos que resolver. La elección
a la que estamos llamados a concurrir en dicha fecha puede ayudarnos
a resolver la crisis o, si no hacemos lo correcto, nos sumirá en un
negro abismo de infortunios.
Esta elección no es únicamente, ni principalmente, entre
Julio César Franco y Félix Argaña. Es un plebiscito sobre el régimen
inaugurado el 28 de marzo de 1999. Y en este plebiscito debemos
responder a una pregunta simple y directa: ¿merecemos una nueva
oportunidad de vivir decentemente?
La búsqueda de una respuesta para esa pregunta pasa por
hacernos a nosotros mismos, cada uno en su más protegida intimidad,
otra pregunta, igual de simple, igual de directa: ¿estamos hoy,
domingo 13 de agosto de 2000, mejor o peor que el domingo 28 de
marzo de 1999?
¿Estamos hoy mejor o peor que hace un año?
No importa a qué partido pertenezcamos. No
importa cuándo nos hemos afiliado, ni si nuestros padres, abuelos o
tíos son los que nos enseñaron a amar la bandera de su grupo político.
Hoy, ahora, por esta vez, importa más que nuestros partidos,
mucho más, si estamos mejor o si estamos peor que hace un año,
porque lo que se define en esta elección es si nos damos una nueva
chance o si persistimos en el camino en el que estamos.
Hoy, ahora, importa más la suerte que correrán nuestros
hijos, nuestros trabajos, el valor de nuestro dinero, la calidad de
nuestra vida. Eso, y no si mandan los colorados o los liberales, es
lo que se decide hoy.
Hay gente que, conociendo la importancia de esta elección,
sabiendo que se decide mucho más que la vicepresidencia de la República,
está desde hace tiempo ya comprando los votos de los ciudadanos
para impedir que los paraguayos conozcamos la voluntad popular.
La compra de votos se
realiza enviando a votar a un lacayo que retira la boleta
firmada por los fiscales de mesa y no la deposita en la urna sino
que la trae de vuelta a un puesto de operaciones. Esa boleta se
marca con el nombre del candidato que esa gente desea ver triunfante
y se la entregan a otro ciudadano con la promesa de que si deposita
ese voto marcado y trae otra boleta en blanco y firmada, recibirá
una tentadora suma de dinero.
Y así sucesivamente, en todas las mesas de todo el país. Y
métodos como ese, muchos, que la famosa Organización de Estados
Americanos se niega a ver o a oír. Como las embajadas brasilera y
norteamericana que ven los fraudes solamente cuando les conviene.
Pagan buen dinero para violar la voluntad popular.
Pero aún las víctimas de estos ladrones pueden contribuir a
establecer una decisión genuina en esta elección, embromando a
quienes se aprovechan de su necesidad: pueden agregar marcas a las
boletas que reciben, para anular ese voto que se les quiere obligar
a dar. Los ladrones no pueden enterarse y sus víctimas podrán
recibir el dinero prometido.
El plebiscito del 13 de agosto decidirá la suerte de toda
una generación de paraguayos. Es importante, pues, que cada uno de
nosotros haga, sobreponiéndonos al miedo, con seguridad, todo lo
que esté a su alcance no solamente para expresar su voluntad, sino
para asegurar que esa expresión sea respetada.
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