Existe
un consenso en el Paraguay, compartido por todos los observadores,
acerca de que de persistir en el presente curso de acción, el país
sufrirá un colapso como pocas veces en su historia.
Hay
diferencias en los detalles, unos dicen que será antes, otros después,
unos hablan de revolución, otros de haitianización, pero todos
coinciden en que habrá un desenlace muy doloroso en algún momento
del futuro.
No
se trata solamente del presupuesto 2001 presentado por el Poder
Ejecutivo, tampoco de la división del oficialismo, ni de la
arbitrariedad reinante; no es la influencia de Estados Unidos, ni algún
defecto racial de los paraguayos, ni el sistema institucional
perverso.
Todas
esas cosas están presentes, claro, y son elementos fundamentales de
la crisis, pero no la explican satisfactoria o completamente.
La
crisis paraguaya es, a mi juicio, más profunda. Es una crisis moral,
y no estoy hablando aquí de religión, ni de violación de los
mandamientos de Moisés.
En
el Paraguay somos incapaces de fijarnos compromisos con la intención
de respetarlos. Cuando por casualidad los fijamos, es para ganar algún
tiempo a alguien. Esa es la razón por la que ningún pacto funciona,
ni siquiera los matrimoniales. Y esa es la razón por la que no
podemos constituirnos en sociedad, en el sentido real del término.
Somos
habitantes del estereotipo hollywoodense del viejo Oeste
norteamericano, un lugar sin ley al que cada uno llega para sacar el máximo
provecho posible sin intención alguna de permanecer en él más que
lo estrictamente necesario.
Por
eso aquí también se vive en la superficie de las cosas. Hasta cuando
se dice que se ama se miente, pues lo único que se busca es pasar el
rato.
Estamos
quebrados, no porque tengamos un presupuesto de locos, divisiones políticas,
injusticias. Lo estamos porque no hay moral. El presupuesto es de
locos porque es para pagar favores, estamos políticamente divididos
porque se disputan la llave del Erario, se sufren injusticias porque
se las usa contra los competidores.
Los
príncipes italianos del Renacimiento vivían sin un sistema moral y
algunos vivieron bien. Pero tenían una especie de sustituto, que al
menos suavizaba las cosas: cultura.
Aquí,
no solamente no hay moral. También falta la cultura, por lo que el
paisaje es completamente sórdido. Los paraguayos ni siquiera hemos
producido algún remedo provinciano de Maquiavelo, capaz de justificar
este modo de vida. Hay quien se conforma todavía con decir que de
1954 a 1989 este era un país en serio (sic).
Los
detalles del hundimiento del Paraguay podrán variar, sin que ello
pueda modificar el hecho del naufragio y, para los efectos de nuestra
existencia como nación, da lo mismo que terminemos en un lodazal de
miseria africana o que nos gobierne algún delegado extranjero.
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