Los
movimientos políticos articulados en torno a un líder carismático muy
pocas veces sobreviven a esa personalidad poderosa que suele arrastrar a
la tumba a su proyección popular.
La excepción, que siempre las hay, es el Movimiento Nacional
Justicialista argentino, no tanto porque su jefe histórico, Perón,
haya tomado alguna provisión especialmente destinada a asegurar la
supervivencia del peronismo, sino porque sus sucesores, especialmente
Carlos Menem, tuvieron la práctica idea de convertirlo en algo muy
distinto a lo que había sido.
Los peronistas están logrando adaptarse, lo cual es
extremadamente difícil en la vida política. Aún así el éxito es
incierto.
El franquismo no sobrevivió a Franco en España, el salazarismo
no sobrevivió a Salazar, el populismo brasileño no sobrevivió a
Getulio, el fascismo no sobrevivió a Mussolini en Italia.
El argañismo o Movimiento de Reconciliación Colorada era una
fuerza completamente animada por la figura de Luis María Argaña y,
desaparecido él, ha sido mantenido hasta ahora más por el intento de
Wasmosy y de Stroessner por manipularlo en su provecho que por su
vitalidad interna.
Desaparecido el Dr. Argaña, al argañismo se convirtió muy
pronto en una mera sociedad de beneficiencia, con elementos, como la
estructuración cuasi monárquica de sus mandos, que la sociedad no ve
con buenos ojos.
La derrota electoral que el argañismo sufrió el pasado 13 de
agosto puso a los operadores que trabajaban en el movimiento ante el
hecho cierto, y para ellos sorprendente, de que Reconciliación Colorada
no puede ya ofrecerles aquello que Luis María Argaña les ofrecía: una
visión del partido Colorado
como fuerza rectora de
la sociedad paraguaya.
Los intentos de la familia Argaña, del senador González Macchi,
de Wasmosy, del grupo Stroessner, por mantener el esquema, fracasaron
lamentable y rotundamente porque aquella visión del Dr. Argaña era,
sencillamente, parte de su vitalidad y, consecuentemente, no es
transferible en los mismos términos en que él la había formulado.
Para sobrevivir, el argañismo debe, pues, hacer lo del
peronismo. Debe adaptarse. Pero tiene serias dificultades para hacerlo
porque sus líderes carecen de la cultura necesaria, con la excepción
de Nicanor Duarte Frutos.
Esa es la causa que explica por qué los jefes argañistas creen,
vanamente, que pueden arreglar movilizaciones, lealtades y elecciones a
platazo limpio.
Nicanor es la única personalidad visible en el argañismo con la
base intelectual necesaria para superar la crisis pero tiene el problema
de haber estado asociado con Wasmosy, lo cual no es completamente
digerible para numerosos operadores argañistas.
La asociación de Nicanor con Wasmosy supone que, de imponerse,
el ministro de Educación podría transformar al argañismo en la fuerza
propulsora de la reelección del ex presidente, con un programa, como
acostumbra a presentar el ingeniero, capaz de seducir realmente a las
clases medias y altas del país.
Pero la seducción es diferente del amor. Ella solamente sirve
para conquistar y no es la entrega incondicional y bien intencionada que
es el amor.
Detrás de la seducción
puede venir la depredación.
El argañismo, pues, tal como lo hemos conocido, no sobrevivirá.
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