Dosis suficientes
de terror
Enrique Vargas Peña
La dictadura instaurada el 28 de marzo ha impuesto el terror como
instrumento de su acción política y lo ha hecho con sádico cuidado, aplicando solamente
las dosis suficientes, no porque sea mesurada sino porque es taimada.
Con la excusa de combatir al oviedismo, el terror afecta a toda la
sociedad a la que se impone de ese modo perverso el silencio ante el desgobierno y la
conformidad con la arbitrariedad.
En un artículo publicado el 2 de mayo, Pepa Kostianovsky justificó la
lógica del régimen y el combate a los "aliados pasados, presentes y futuros"
del ovidiesmo.
Los integrantes del Frente Sindical, por ejemplo, acusados de aliados
del oviedismo, estuvieron muy cerca de probar la represión.
El terror consiste en imponer un miedo extremo al castigar
"ejemplarmente" las conductas de los ciudadanos que suponen contestación al
régimen, y mostrar, al aplicar los castigos, que los represores quedan impunes y los
castigados quedan sujetos a recibir eventualmente mayores castigos.
Está el caso de Francisco José De Vargas, quien el 30 de marzo
mostró, pistola en mano, los límites de la tolerancia del régimen en el ámbito
parlamentario.
El Senado de la dictadura, que desaforó a opositores por cosas tan
serias como aparecer en fotografías, premió a De Vargas con la impunidad por ese hecho.
Según la prensa, Luis Alberto Mauro recorría el país hasta hace
poco, con órdenes de allanamiento firmadas en blanco, para montar planes en los que
involucraría a opositores que luego serían privados de libertad.
A otra escala, pero con idéntico efecto, uno de los hijos del
asesinado vicepresidente Argaña interceptó hace unos meses el automóvil de un
particular y por la fuerza le hizo retirar las calcomanías de Lino Oviedo que tenía.
La policía de la dictadura, en vez de detener al agresor, detuvo al
agredido, quien todavía fue demorado en una comisaría.
Hace pocos días un ingeniero fue interceptado por varios vehículos,
violentamente detenido y demorado en otra comisaría, sin poder dar aviso, porque el jefe
de seguridad de la dictadura, Walter Bower, se sintió amenazado por el mero tránsito del
ingeniero.
Las fuerzas de seguridad del régimen, en vez de rectificar la
arbitrariedad, lo demoraron más aún, para dejar constancia de la omnipotencia de sus
jerarcas.
El 30 de noviembre, cuatro periodistas fueron salvajemente agredidos
por esbirros de la dictadura, vinculados al ministerio del Interior y a la facción que
usurpa la dirección del partido Colorado.
La policía del régimen, como en todas las ocasiones anteriores, no
garantizó los derechos de los agredidos y no sabe cómo exculpar a los agresores.
Nada menos que cinco ministros del régimen dijeron que la cosa no
debería pasar a mayores, para evitar el procesamiento de los responsables.
Este último caso es singularmente ilustrativo de lo que sucede en
Paraguay: el régimen reconoció públicamente la existencia de estos grupos de agresores
organizados por él para amedrentar a la población, a pesar de que la
"periodista" Sannie López Garelli ocultó la golpiza a la audiencia de CNN, que
fue deliberadamente privada así de conocer el verdadero aspecto del Paraguay de Marzo.
Las víctimas de este suceso, que son periodistas que defienden esta
dictadura en sus órganos propagandísticos (Ultima Hora, Noticias, etc.), ahora querellan
a los infelices que fueron a agredirlos, pero guardan silencio sobre el régimen represivo
que forma, alienta, protege y reconoce a estos grupos.
¿Por qué callan?
Porque la golpiza es el discurso de la dictadura para la población: el
que tiene la osadía de meterse, aún por accidente, se expone a recibir un castigo. Así
asustan a la mayoría, reducida a soportar pasivamente las fechorías del régimen.
El Paraguay ha sido condenado a recibir estas dosis
"suficientes" de terror para que los oligarcas que nos oprimen duerman
tranquilos.