El
nuevo ministro del Interior se ha inaugurado con un proyecto que da la
pauta de la pobreza intelectual y del talante autoritario que existe
en el entorno más directo del presidente González Macchi.
El ministro Fanego pretende reimplantar no ya el "edicto
Bower" que hubiera afectado solamente a los menores, sino el
tristemente célebre "edicto Nro. 3" de la época
autoritaria.
La idea del ministro Fanego tiene dos problemas graves, uno de
orden filosófico y otro de orden práctico.
El problema filosófico tiene que ver con la libertad, con el
derecho de los ciudadanos de ejercer la actividad lícita de su
preferencia sin interferencia de la autoridad pública siempre que se
realice sin perjuicio de terceros.
Limitar el horario de atención al público de los locales
nocturnos con la excusa de frenar la ola de delincuencia que azota al
país es imputarles
responsabilidad en la
misma, lo que es un despropósito sencillamente inadmisible, pues la
mayoría de los propietarios de estos locales son gente que trabaja
duramente para llevar un nivel de vida decente sin necesidad de
recurrir a alguna de las formas de corrupción con la que algunos se
han hecho ricos de la noche a la mañana.
Se viola, además, sin miramientos, el principio de la presunción
de inocencia, aplicando un castigo que no existe en la ley.
Se trata, en síntesis, de un acto de arbitrariedad
gubernamental.
El problema práctico tiene que ver con la situación económica.
Es evidente por sí mismo que los locales nocturnos son generadores de
actividad económica, proporcionan empleo, producen capital.
Limitar su horario de atención al público contribuirá a
agravar la ya difícil situación económica que sufre la República,
lo que al ministro Fanego parece tenerle sin cuidado.
La ola delictiva que afecta al país nada tiene que ver con la
hora en que los chicos vuelven a casa, ni con la hora en que los
locales nocturnos se cierran.
Tiene
que ver con la quiebra moral que se observa a lo largo y a lo ancho de
la administración pública.
El gobierno del presidente González Macchi se ha caracterizado
por hacer caso omiso de las cosas que hacen posible la existencia de
una sociedad medianamente abierta y autosustentable, pero en vez de
aprender con los fracasos que va acumulando, parece decidido a
reiterarlos y profundizarlos sin solución de continuidad.
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