La discusión sobre cómo debe el vicepresidente Julio César Franco
cumplir mejor con el mandato que tiene recibido del electorado es
central para la vida institucional del país y debería realizarse en términos
tales que nadie se sienta agraviado por expresar cualquiera de los
puntos de vista existentes sobre la materia.
Numerosas personas bien intencionadas y completamente ajenas a
los manejos que han existido en el país en el nivel jurídico, desean
principalmente que esta discusión particular, y todas las demás que
haya en lo sucesivo, se resuelvan de manera ordenada y pacífica.
No les interesa tanto quién tiene razón, como que los diversos
argumentos no les expongan a sufrir una prolongación de la
inestabilidad o un incremento de la inseguridad.
Para las personas comprometidas, de cualquiera de las partes en
la discusión, esa posición es difícil de entender. Sin embargo, la
ciudadanía tiene derecho a que las disputas que existen se resuelvan
civilizadamente, sin agresiones, sin insultos, como si fuéramos una
sociedad mejor.
Esto implica un nivel de exigencia que muchas personas parecen
poco dispuestas a aceptar, pues requiere renunciar a prácticas o
lenguajes que se han hecho tradición y admitir que, en este juego en
este lugar, también cabe la derrota, sin que ella convierta a los
triunfadores en gente que no merece seguir siendo tratada con urbanidad.
Luis
Ángel González Macchi ejerce la presidencia de la República no por
voluntad del pueblo, eso ya se sabe. Su designación por la Corte
Suprema de Justicia tiene aspectos harto dudosos, también se sabe. Pero
todo demócrata debe admitir que casi la mitad del país consideró que
lo anterior era plenamente aceptable.
Siendo
esto así, tal vez sea el momento de revisar las posiciones, pues de eso
se trata la democracia.
Eso
explica mejor que muchas sospechas la estrategia que están
desarrollando los liberales del vicepresidente Franco, a los que debe
concederse el mérito de haber llegado a donde dijeron que lo harían.
El
punto de vista de muchos de estos dirigentes no resulta simpático,
indudablemente, pero no por ello deja de ser práctico. Y siendo práctico,
no está divorciado de los principios elementales del sistema, aunque no
sea todo lo puro que muchos esperan.
Reconocer
esto no implica desconocer que el país está en una situación tan difícil
que requiere realmente un gobierno ejemplar y que, dada la experiencia
vivida, el de González Macchi difícilmente se transformará en eso.
Eso
lo sabe el mismo Franco.
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