Consecuencias de la
intolerancia
Enrique Vargas Peña
El modelo político vigente en el Paraguay desde marzo de 1999 se basa
en la exclusión de todos aquellos que no aceptan como absolutamente correctas las
acciones que desde 1997 ha tomado para conquistar el poder la coalición que lo usurpó a
pesar de carecer del mandato del pueblo para gobernar.
En el "Paraguay de marzo" hay personas a las que se niega el
derecho de libre circulación, el de reunión, el de libre comunicación, el de
privacidad, el de asociación, para no mencionar a los que, directamente, se encuentran
privados de libertad en violación de las garantías legales y constitucionales.
Convertida en política oficial, la exclusión ha recibido apoyo,
aliento y justificación de numerosos intelectuales y periodistas, que con nombre y
apellido, convirtieron a la intolerancia en su bandera de lucha.
En el "Paraguay de marzo" se han rescatado del olvido los
odiosos sofismas con los que los "demócratas" argentinos tuvieron proscrito al
mayoritario peronismo o, incluso, los burdos argumentos en que se sostenía la
autodenominada "democracia sin comunismo".
Como si las lecciones dejadas por el régimen autoritario derrocado en
1989 hubieran sido insuficientes, desde marzo de 1999 se están repitiendo sus actitudes,
sus conductas, su discurso, con el agravante de que muchos de los que incurren en esta
política habían sido antes sus víctimas y no pueden alegar que ignoran las trágicas
consecuencias que tiene.
Sorprende en el Paraguay que muchos de los perseguidos hasta 1989, y
muchos de los que criticaban esa persecución, se hayan convertido ahora en abogados de la
exclusión, poniendo en evidencia el oportunismo con el que han estado actuando en la vida
pública.
No solamente se trata de los daños personales, no solamente de los
rencores que surgen en una sociedad artificialmente dividida.
Se trata de condenar al país a la decadencia institucional, cultural y
moral. Los regímenes que excluyen a partes de las sociedades sobre las que imperan, las
fuerzan a un creciente deterioro debido a la destrucción de los elementos de progreso (la
libre crítica, la ausencia de miedo, la participación) que la intolerancia implica.
Los ejemplos son numerosos: la España católica que, dominando el
mundo, cayó en la miseria; la Sudáfrica del apartheid; la Alemania nazi, que perdió sus
mejores talentos en nombre de una absurda idea de pureza racial; la misma Argentina
antiperonista.
Es posible, y de hecho eso es lo que demuestra la experiencia
histórica en otros países, que los intolerantes se mantengan largo tiempo en el
ejercicio del poder.
Su triunfo, sin embargo, es una derrota para el país, para la
sociedad. Prevalecen, pero es a costa de sacrificar las posibilidades de desarrollo y
bienestar de todos los paraguayos.