El
día 30 de abril, Lino Oviedo expuso, a través de Radio 9:70 AM su
estrategia política para el futuro inmediato: no participar, no
legitimar al régimen, dejarlo solo, no molestarlo.
Parecen confirmarse de este modo las diversas teorías que decían
que el oviedismo no participaría de la elección vicepresidencial, aún
cuando al país no le quedara otra alternativa opositora que esa.
La elección del 13 de agosto, pues, será entre los diversos
componentes del régimen: los argañistas, los liberales y dos o tres
candidatos independientes sin la bendición de nadie.
El régimen inaugurado el 28 de marzo de 1999 ha estado
planteando que el oviedismo es la causa de todos los males del país. La
propaganda oficial imputa a Oviedo no solamente los asesinatos que
catapultaron al poder a sus actuales usuarios, sino el dengue, la crisis
comercial, la recesión, el empantanamiento político, etc.
Oviedo responde ahora con la jugada más riesgosa, para él y
para el país: no molestará al régimen ni siquiera para plebiscitarlo,
como proponemos muchos, de manera que a partir del 13 de agosto sea él
solo, sin nadie a quien culpar, el responsable evidente de lo que
ocurre, y de lo que no ocurre, en el país.
A partir de ahora nadie podrá seriamente decir que Oviedo
dificultó la estabilidad que el régimen ha estado reclamando para
tomar las medidas que ha debido tomar desde hace bastante tiempo para
sacar al país del atolladero.
Pero se priva al país de la oportunidad de deshacerse por la vía
de las urnas de uno de los peores gobiernos que ha sufrido, pues la
participación en el acto electoral del 13 de agosto queda reducida a
preferir alguno de los matices de sí mismo que el régimen es capaz de
ofrecer.
La dictadura tiene el futuro asegurado, nadie le disputará el
derecho a existir o a gobernar. Y nadie queda disponible para ser
acusado de sus fracasos, fracasos que se verán agravados por la soledad
en la que vivirá hasta el final, libre, completamente libre, para hacer
y deshacer.
Y con ello se condena a la sociedad a sufrir este desastre al
menos hasta el 2003, con todo lo que ello implica en términos de
sufrimiento, postergaciones y dolor para la gente común, cuya vida y
cuya hacienda seguirán en manos de una gavilla de oportunistas
inescrupulosos.
Nadie podría, al menos nadie con un mínimo sentido de justicia,
reprochar a Oviedo esta decisión dura, considerando que no es lógico
pedirle ahora que actúe como un mesías cuando se lo ha condenado, sin
pruebas, por esa misma imputación.
Aunque si Oviedo cree que dejarán de culparlo por los fracasos
que siembren los incompetentes que nos gobiernan, se equivoca de medio a
medio, pues las dictaduras no pueden vivir sin culpar a alguien y cuando
no lo hay, lo inventan.
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