Segundo ocaso
liberal
Enrique Vargas Peña
A medida que se aproxima la fecha de la convención en la que el
Partido Liberal Radical Auténtico decidirá la continuidad de su apoyo a Luis González
Macchi, se consolida la imagen de fracaso que proyecta esa organización política.
En 1940 se produjo un ocaso del Partido Liberal, cuando resolvió tomar
una posición ambigua ante el proyecto autoritario del general José Félix Estigarribia,
proyecto bendecido, sino ideado, por Estados Unidos.
Los dos grupos que se enfrentan ahora son el presidido por Julio Cesar
Franco, actual presidente del partido, que plantea el retiro y el presidido por Domingo
Laíno, que plantea la continuidad de la organización en el gobierno.
Domingo Laíno, que la lideró durante más de treinta años, y Franco,
se están realizando críticas que son sencillamente demoledoras, independientemente del
resultado de la convención.
Sostiene Laíno que debido a las pendulares variaciones de Franco con
relación a González Macchi el partido ha sido dejado en ridículo y que Franco y su
grupo, Miguel Abdón Saguier, Carlos Mateo Balmelli, Juan Carlos Ramírez Montalbetti,
expresan un cierto infantilismo político notable al actuar en base a resentimientos
generados por la posesión de cargos.
Se recordará que el Partido Liberal Radical Auténtico, presidido ya
por Franco, acordó integrar el gobierno de González Macchi mientras se forzaba la caída
del régimen constitucional, con dos ministros.
Casi inmediatamente, Franco sostuvo que dichos ministerios eran
patrimonio del partido, contraviniendo la letra y el espíritu de la Constitución, lo que
lo llevó a imponer la primera crisis del nuevo régimen al imponer la renuncia del
entonces ministro de Agricultura, Luis Alberto Wagner, para sustituirlo con un hombre de
su confianza.
Franco puso así al partido en la senda de la división, al obligar a
sus integrantes a definirse sobre la participación en el gobierno.
Como Wagner capitalizó el descontento que dicha acción y, en un plano
más general la desastrosa marcha del gobierno, estaba generando en la opinión pública
partidaria, Franco se vio tentado a realizar una apuesta más grande, solicitando nada
menos que el cuarenta por ciento de los cargos y la vicepresidencia de la República.
Laíno, en cambio, sostiene que un partido serio debe evitar estos
vaivenes, aunque más no sea para proyectar una imagen de equilibrio, ya que no de
respetabilidad.
Franco, a su vez, critica a Laíno diciendo que se está convirtiendo
en cómplice del gobierno, cuya legalidad, sin embargo, no cuestiona, tratando de ocultar
que hasta hace menos de un mes, él estaba pidiendo mayor espacio en ese mismo gobierno.
Y señala como pruebas que Laíno ha recibido el cargo de
"embajador itinerante" del presidente de la República, con el fin de hacer
política en el partido.
Las críticas mutuas, que minan la credibilidad de los referentes de
ambos grupos, no abordan el tema central del debate político paraguayo, que es la
legitimidad del régimen.
Es más, ambos grupos tienden a coincidir en este tema.
Esta es la razón por la que es probable que propuestas de compromiso,
como la presentada por Juan Manuel Benítez Florentín, que pretende permanecer en el
gobierno con mayores condiciones, tiene posibilidades de triunfar.
Pero triunfen o no estas propuestas, o cualquiera de las dos enfrentadas, la posición
de los liberales es ambigua ante lo importante y clara en exponer las miserias que mueven
a sus dirigentes.