Los
héroes del marzo paraguayo (con ese nombre pretenden
equipararse pomposamente al mayo frances de 1968) parecen
desesperados porque están viendo la luz curiosos documentos sobre
los sucesos que desembocaron en la instalación del gobierno de Luis
Ángel González Macchi.
Joaquina Romero Pereira, por ejemplo, publicó el 01 de
diciembre en Ultima Hora una nota - "Que no nos cambien la
historia" -, muy bien escrita, en la que con cierta poesía
intenta pasar por alto los hechos y descalificar las nuevas
investigaciones sobre la masacre de la Plaza del Congreso.
Pero los hechos, y no la bella retórica, son los que
importan a la sociedad. Los paraguayos tenemos derecho a conocer
todas las versiones y a extraer de su comparación nuestras propias
conclusiones.
¿Por qué los héroes del marzo paraguayo no quieren
que se debatan en público y con el público estos curiosos
documentos que se están dando a conocer últimamente?
¿Cuál es la razón por la que los paraguayos deberíamos
quedar satisfechos con la historia oficial?
Hoy en día toda persona medianamente informada sabe que una
parte de la esta historia oficial se construyó en base a falsos
testimonios y mentiras hasta el punto que el gobierno se vio
obligado a recurrir a un montaje distinto.
No solamente eso. Aquí se ha montado un aparato de coerción
para amedrentar a todo paraguayo que se atreva a disentir de la
historia oficial. Un aparato que va desde inspecciones de Hacienda
sobre empresarios hasta expulsiones de clubes sociales para rebeldes
recalcitrantes o apercibimientos gremiales para profesionales
dubitativos, para no mencionar la represión pura y dura que se
ejerce sobre la disidencia política.
En el Paraguay de marzo imperan los mismos miedos que
existían antes de 1989. El no te metas, el no quiero
aparecer, el no me comprometas, están a la orden del día.
Y si una parte de la historia oficial se hizo así, y si toda
ella es sostenida con la fuerza bruta, podría Joaquina Romero
Pereira en conciencia garantizar que esa historia es verdadera?
La Historia (en mayúscula y sin adjetivos) enseña que las
versiones oficiales que requieren aplastar la duda son siempre
falsas y el intento de los héroes del marzo paraguayo por
mantener, recurriendo a poesías o a garrotazos, la chata
uniformidad que han impuesto al país desde que conquistaron el
poder es un indicio muy notable acerca de que los hechos que
protagonizaron no son tan gloriosos como los pintan.
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