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¿Por qué el alivio oficial?

Alberto Vargas Peña (F. Libertad) 

28 de setiembre de 2000

  

Dicen los argentinos que apenas el Ministro del Interior argentino, Storani, comunicó al gobierno paraguayo que dos detenidos, acusados de haber participado en el “caso Argaña” , que estaban esperando la extradición, se habían fugado, se pudo sentir una ola de alivio donde debió haber preocupación. Una ola de alivio casi palpable, que se manifestó en el mayor desinterés por el asunto y unas escuetas declaraciones que el gobierno paraguayo “confiaba en la justicia argentina”.

Los dos detenidos habían negado siempre su participación en el “caso Argaña” y habían denunciado además que el cónsul paraguayo, de apellido Goiburú, había intentado sobornarlos para que se declarasen culpables.

Si eran extraditados, probablemente se habrían mantenido en sus declaraciones iniciales e insistido en sus coartadas.

La fiscalía paraguaya no tiene una sola evidencia en el “caso Argaña”.

Todo el asunto se basa en las declaraciones de dos testigos comprobadamente falsos: Gumersindo Aguilar y el “confeso Vera Esteche”.

Las declaraciones de este último sufrieron un fuerte traspié cuando el único superviviviente de la camioneta, el conductor Barrios, declaró que nunca vio el Fiat Tempra que dice Vera Esteche que encerró a la camioneta donde viajaba - ¿el cadáver? – Argaña.

Las declaraciones de Rojas y Vega, los dos detenidos y fugados en Buenos Aires, hubieran dado un golpe bastante serio a la versión oficial.

Hay que decir que la fiscalía, ni nadie, sabe a ciencia cierta si Luis María Argaña estaba vivo o muerto a la hora del supuesto atentado.

Sisley Erika Pintos dice que a ella le pareció que llevaba varias horas muerto. La historia clínica no dice nada, y la autopsia dice menos. La autopsia fue practicada por el médico José Bellasai, pariente cercano de José Planás, amigo íntimo de Argaña, que cuando acudió al lugar del suceso prefirió hablar por teléfono que auxiliar a su amigo, tal vez por que sabía que ya venía muerto, y era urgente hacer recaer la culpabilidad en el Gral. Lino Oviedo y el gobierno constitucional del Ing. Cubas.

El Ing. Cubas, en uno de sus pocos aciertos, solicitó de inmediato la ayuda del Federal Bureau of Investigation, pero la embajadora Maura Harty prefirió hacerse la desentendida hasta que el gobierno cayó; entonces el nuevo gobierno, para demostrar que quería saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, retiró el pedido.

La investigación del caso no fue tal. El juez Bogarín se cansó de desestimar pedidos de la defensa por “improcedentes” y aceptó todos los testigos falsos que le presentó la querella y la fiscalía. Aún demostrada la absoluta falsedad de los mismos, el juez siguió protegiéndolos y prestándoles credibilidad.

Para demostrar la culpabilidad de Oviedo, le inventaron un caso al Mayor Servín, quien el día del suceso estaba en una clase de Estado Mayor, con otros cien oficiales – que testificaron todos a su favor – al que se acusa de

          Haber llamado unas cuarenta veces, durante las horas de clase, al vendedor  del Fiat Tempra que apareció quemado y que según el conductor de la camioneta de Argaña nunca estuvo en el lugar de los hechos.

Con un caso así, es lógico que la banda que organizó el atentado a un muerto y eliminó a su guardaespaldas – hizo un trabajo chapucero porque no pudo eliminar al conductor – respire aliviada al saber que ni Vega ni Rojas serán extraditados.

          No se si los paraguayos fugados son “perejiles”, como dicen los argentinos, o fueron ayudados a escapar - ¿a mejor vida? – por “tractorcito” Cabrera. Lo que sé es que hasta que no se exhume el cadáver de Argaña y se demuestre que estaba vivo cuando le dispararon, cosa muy fácil, yo voy a seguir pensando que su larga enfermedad fue la que le pasó la última factura. 

 

    

    

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