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Economicracia y sociedad

Alberto Vargas Peña (F. Libertad) 

28 de febrero de 2001

Siento un gran respeto por los economistas, sobre todo cuando son liberales. Han abierto los ojos a las sociedades y han mostrado facetas del comportamiento humano previsible, que han sido escalones muy importantes para su desarrollo. Pero los economistas, como los abogados, tienen un límite que no deben traspasar ni intentar siquiera traspasar.

         No todo está regido por la economía, ni la economía debe ser el pretexto para limitar la libertad. El comportamiento humano mediocre puede estar regido ciertamente por reglas predecibles y de hecho lo está, pero la mediocridad no debe tampoco de servir de pretexto para acabar con las cumbres o las simas. El ser humano, la persona, es, individualmente impredecible, y como es el titular de los derechos y la soberanía no debe ser reducido a una media estadística.

Los economistas no deben administrar un país. Todo economista, aún el más liberal de ellos, tenderá a enamorarse de sus cálculos y a tratar de imponer sus fórmulas, como si ellas fueran aplicables a todo el mundo o fueran reglas de idéntico valor para todas las personas. Esa deformación profesional inevitable, hará que una administración de economistas se convierta en economicracia, que es la puerta de entrada al más feroz de los despotismos.

Los economistas, como los abogados y los políticos en general, deben administrar un país en base a reglas indestructibles, que sirvan de limitación infranqueable a la expansión de su poder, no importa la razonabilidad de sus pretextos para solicitarlo. El "bien general" cuando es utilizado para destruir la libertad y los derechos individuales, no es un "bien" sino todo lo contrario.

La democracia responde a los intereses de la libertad, y por tanto a los del género humano, solamente cuando es limitada, es decir, cuando la mayoría no puede establecer normas que afecten a las minorías y al único, les cercenen sus derechos inalienables o afecten la libre elección de su futuro.

No importa el pretexto ni el cálculo. Para que la democracia sirva a la libertad es indispensable que las reglas que garanticen los derechos y limiten la expansión del poder, sean intangibles, férreas, indestructibles.

El mundo ha sufrido lo indecible con el pretexto de los "intereses nacionales" - antes fueron los del faraón, el emperador, el señor feudal y el rey - superiores y diferentes a los intereses del Unico. Sigue sufriendo en algunas regiones y no cabe dudas que en las que no ocurre tal cosa habrá retrocesos; pero el principio de la libertad seguirá como la meta final del género humano, y es una libertad individual, no colectiva.

         La economicracia, al reducir al ser humano a un cálculo de recursos y posibilidades tiende a limitar la libertad. Obviamente dentro de una economi cracia no se construirá un aeropuerto en el desierto, no se reemplazara el gas oil por el biodiesel ni se elevará un edificio destinado a la satisfacción personal de alguien con dinero. En algún momento el economista dirá que el cálculo de costo-beneficios no lo permite, y la libertad quedará irremediablemente cercenada.

Los economistas deben limitarse a dar consejos a la gente o administrar la cosa pública dentro del chaleco de fuerza que debe ser la Constitución. No deben hacer "economía" desde la Administración, sino atender a las finanzas.

         Los abogados, en su mayoría, creyeron que sabiendo derecho estaban capacitados a hacer las leyes, y provocaron el increíble desastre actual. Las partidocracias y los despotismos nacieron del pensamiento forense de que debe haber una norma para todo.

Y así, durante mucho tiempo, naufragó la libertad. Las normas deben estar hechas para limitar el poder o toda clase de concentración de poder, y dejar a la persona en libertad de buscar, a su gusto, su propio destino. Esto implica responsabilidad, es cierto, porque si se acierta se progresa y si no, se hunde.

Contemplo con aprensión el crecimiento de la idea que el economista puede resolver todos los problemas de una sociedad. No puede, y si se hace la prueba, se verá a que fronteras de despotismo se puede llegar.

 

 

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