Siento
un gran respeto por los economistas, sobre todo cuando son
liberales. Han abierto los ojos a las sociedades y han mostrado
facetas del comportamiento humano previsible, que han sido escalones
muy importantes para su desarrollo. Pero los economistas, como los
abogados, tienen un límite que no deben traspasar ni intentar
siquiera traspasar.
No todo está regido por la economía, ni la economía debe
ser el pretexto para limitar la libertad. El comportamiento humano
mediocre puede estar regido ciertamente por reglas predecibles y de
hecho lo está, pero la mediocridad no debe tampoco de servir de
pretexto para acabar con las cumbres o las simas. El ser humano, la
persona, es, individualmente impredecible, y como es el titular de
los derechos y la soberanía no debe ser reducido a una media estadística.
Los
economistas no deben administrar un país. Todo economista, aún el
más liberal de ellos, tenderá a enamorarse de sus cálculos y a
tratar de imponer sus fórmulas, como si ellas fueran aplicables a
todo el mundo o fueran reglas de idéntico valor para todas las
personas. Esa deformación profesional inevitable, hará que una
administración de economistas se convierta en economicracia, que es
la puerta de entrada al más feroz de los despotismos.
Los
economistas, como los abogados y los políticos en general, deben
administrar un país en base a reglas indestructibles, que sirvan de
limitación infranqueable a la expansión de su poder, no importa la
razonabilidad de sus pretextos para solicitarlo. El "bien
general" cuando es utilizado para destruir la libertad y los
derechos individuales, no es un "bien" sino todo lo
contrario.
La
democracia responde a los intereses de la libertad, y por tanto a
los del género humano, solamente cuando es limitada, es decir,
cuando la mayoría no puede establecer normas que afecten a las
minorías y al único, les cercenen sus derechos inalienables o
afecten la libre elección de su futuro.
No
importa el pretexto ni el cálculo. Para que la democracia sirva a
la libertad es indispensable que las reglas que garanticen los
derechos y limiten la expansión del poder, sean intangibles, férreas,
indestructibles.
El
mundo ha sufrido lo indecible con el pretexto de los "intereses
nacionales" - antes fueron los del faraón, el emperador, el señor
feudal y el rey - superiores y diferentes a los intereses del Unico.
Sigue sufriendo en algunas regiones y no cabe dudas que en las que
no ocurre tal cosa habrá retrocesos; pero el principio de la
libertad seguirá como la meta final del género humano, y es una
libertad individual, no colectiva.
La economicracia, al reducir al ser humano a un cálculo de
recursos y posibilidades tiende a limitar la libertad. Obviamente
dentro de una economi cracia no se construirá un aeropuerto en el
desierto, no se reemplazara el gas oil por el biodiesel ni se elevará
un edificio destinado a la satisfacción personal de alguien con
dinero. En algún momento el economista dirá que el cálculo de
costo-beneficios no lo permite, y la libertad quedará
irremediablemente cercenada.
Los
economistas deben limitarse a dar consejos a la gente o administrar
la cosa pública dentro del chaleco de fuerza que debe ser la
Constitución. No deben hacer "economía" desde la
Administración, sino atender a las finanzas.
Los abogados, en su mayoría, creyeron que sabiendo derecho
estaban capacitados a hacer las leyes, y provocaron el increíble
desastre actual. Las partidocracias y los despotismos nacieron del
pensamiento forense de que debe haber una norma para todo.
Y
así, durante mucho tiempo, naufragó la libertad. Las normas deben
estar hechas para limitar el poder o toda clase de concentración de
poder, y dejar a la persona en libertad de buscar, a su gusto, su
propio destino. Esto implica responsabilidad, es cierto, porque si
se acierta se progresa y si no, se hunde.
Contemplo
con aprensión el crecimiento de la idea que el economista puede
resolver todos los problemas de una sociedad. No puede, y si se hace
la prueba, se verá a que fronteras de despotismo se puede llegar.
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