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Claves del desarrollo

Alberto Vargas Peña (Fundación Libertad)

27 de abril de 2000

 

Publicado como Editorial del diario La Nación de Asunción-Paraguay

             Todas las sociedades civilizadas, sin excepción, han admitido que las claves para un desarrollo sostenido son la libertad y el privilegio del consumidor. Estos dos factores implican una profunda revisión de lo que se venía admitiendo como verdad irrefutable hasta los años sesenta, época en que el keynesianismo, dominante desde los Acuerdos de Bretton Woods entró en crisis.

La libertad significa no solamente la libertad política sino la libertad económica. Y esto significa una reforma de los Estados organizados sobre el modelo socialista o radical, de libertad política y dirigismo económico. Esta reforma va desde el gobierno limitado y controlado, sujeto a un chaleco de fuerza en lo relativo a gastos, hasta la eliminación de todo monopolio u oligopolio, público o privado, por la vía legislativa. Abarca pues toda la definición del Estado.

El privilegio al consumidor consiste también en una reforma profunda

del Estado dirigista, ya que en éste, el consumidor estaba atado a las necesidades del productor al que se consideraba indispensable proteger.

Las reformas, filosóficamente impecables, se hicieron prácticamente indispensables al aparecer la red Internet, que globalizó la economía sin posibilidad alguna que los gobiernos pudieran oponerse, de modo que lo que se presentaba conveniente en la teoría se hizo definitivamente irreversible en la práctica. Las dos primeras economías mundiales que comprendieron esta nueva situación, las del Reino Unido de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de América, se fortalecieron de tal manera que su poder tuvo inmediatas repercusiones políticas y el socialismo total – o comunismo – quedó derrotado sin disparar un solo proyectil.

De inmediato todas las economías de los países civilizados, con mayor o menor velocidad, se abrieron a las reformas y el socialismo pasó a ser una especie extinguida. La libertad económica ya no se discute, como tampoco se discute la redondez de la Tierra o la teoría del Big Bang. Pero en los países del Tercer Mundo, el Estado dirigista, prebendario, corrompido, ineficiente y perjudicial, se niega a morir.

En el Paraguay la agonía del Estado dirigista implica la propia agonía del pueblo paraguayo. En nombre de teorías hace tiempo muertas y enterradas, se defiende un estado de cosas que impide a los paraguayos progresar y enriquecerse.

Se trata, es cierto, de una lucha estéril porque no tienen los partidarios del Estado actual la menor posibilidad de triunfar, pero es también una lucha que compromete el futuro de la sociedad paraguaya.

En realidad lo que está sucediendo en el Paraguay son los últimos estertores de un sistema irremediablemente herido de muerte, que se debate con ferocidad impidiendo que acceda el nuevo orden. Cuando más tarde en desaparecer este sistema, peor será para los paraguayos.

Lamentablemente la agonía del sistema se alarga porque no existe en el Paraguay una elite organizada que le de forma orgánica al nuevo orden; lo que hay son solamente voces aisladas y esfuerzos individuales.

Se requiere la formación de un nuevo partido político, imbuido de las nuevas ideas, capaz de transmitirlas con eficacia al pueblo, para convertir en realidad la reforma.

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