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DÓNDE ESTÁ LA DEMOCRACIA?

Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)

Ayer hablé por la emisora 9.70 de Asunción, con el Dr. Guillermo Estrella Egas, distinguido abogado y periodista ecuatoriano, quien me informó, en detalle, de la situación de su país después del fallido intento indígena de instaurar un gobierno provisional que llevase de nuevo al Ecuador por el camino de la democracia real. Lo que me dijo me puso los pelos de punta; la situación del Ecuador es calcada de la paraguaya; las mismas causas que provocarán idénticos efectos.

En la América Latina se ha venido viviendo una ficción. Impulsada por los Estados Unidos de América, la democracia pareció imponerse en el sub continente en los finales de los años ochenta. Una ola de esperanza – y alivio – recorrió la vasta región y los pueblos de esta parte del mundo se dispusieron a vivir libres.

Creyeron que la Pax Americana traería aparejadas la libertad y la prosperidad. Lo que no previeron es que los estadounidenses dicen y hacen una cosa en su propio país y lo contrario afuera.

Pronto, bajo el mando de la "star spangled banner" aparecieron los viejos y corrompidos vampiros de la política latinoamericana, que fraguaron sistemas capaces de devolverles el poder que habían perdido.

Con Clinton en la Casa Blanca, la vieja aliada de estos políticos, la corrupción, triunfó sobre los anhelos de los pueblos. Y pronto, antes de una década, las supuestas democracias se habían convertido en la fachada que ocultaba el viejo y persistente festín.

Robo de bancos; robo de cajas fiscales; aumento de impuestos; concentración del poder; compra de jueces y prevaricatos abiertos, y, en algunos lugares, como el Paraguay, persecución sistemática de periodistas y políticos opositores.

El viejo sistema perverso que había construido la pobreza y dolor latinoamericanos, que no había muerto nunca, volvía con más fuerza que nunca, otra vez apoyado por la gran democracia estadounidense. Y entonces, retornó la esfervescencia, que asusta a los periodistas asociados al doble discurso de los gobiernos federales estadounidenses.

Y ahora piden desesperadamente un sistema de defensa de la "democracia".

¿Qué democracia? ¿La de los partidos políticos corruptos hasta la médula, la de los acuerdos entre las sombras, la de los "pactos de gobernabilidad" y el reparto de prebendas, puestos públicos y despilfarro, la de los ladrones de bancos; la de la persecución a periodistas y opositores? ¿La vieja fachada del stronismo, que mostraba la cara sonriente de una Constitución que no se cumplió jamás?

Eso nunca fue democracia, ni lo es ahora, ni vale la pena ser defendida.

Yo, por lo menos, quiero la democracia liberal, la que hará libre y capaz de enfrentar los desafíos que me imponga a mi mismo; que me permita elegir a quien quiero, o postularme, sin bajarme los pantalones, para el cargo electivo que me parezca oportuno: la que me permita hablar sin miedo o buscar la forma más rentable de ganarme la vida, y hacerme rico con mi esfuerzo o hundirme en la pobreza con mi indolencia; la que me garantice un juez justo, apegado a la ley, no un coimero con toga; la que castigue la delincuencia, sin mirar quien es el delincuente.

Esa democracia no existe ahora, y fue apenas una ilusión pasajera. Pero me queda el viejo derecho, del que no voy a apearme por más periodistas vendidos que se prosternen ante el Imperio: el de la rebelión.

Y en toda América Latina flamean de nuevo las banderas que llaman a la búsqueda de la verdadera democracia y la verdadera libertad, con el viejo viento de la rebelión y la resistencia.