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¿Es Paraguay independiente?

Alberto Vargas Peña (Fundación Libertad)

25 de mayo de 2000

       

La independencia de un país está íntimamente ligada a su soberanía. A  la facultad de decidir, por sí solo, su propio destino por un lado y a que sean sus propios habitantes quienes lo decidan. ¿Tiene todavía el Paraguay esas características?

Los paraguayos no pueden decidir quienes serán sus mandatarios. A pesar de lo que dice la Constitución, el mandatario ejecutivo ha sido elegido por una resolución de la Corte Suprema, que no es electa por el pueblo. Ni siquiera indirectamente el pueblo ha tenido nada que ver con la elección del que hoy gobierna.

Pero esto no afectaría a su independencia – aunque si a la soberanía del pueblo y por tanto a la democracia – si se tratara de un asunto interno capaz de ser resuelto en el ámbito doméstico y como cuestión interna. Los paraguayos no pueden resolver el problema por sí mismos a raíz de la intervención directa de los gobiernos de Estados Unidos y de la Rca. Federativa del Brasil.

Quienes resuelven qué es y qué no es constitucional no son los paraguayos, sino los estadounidenses y los brasileños.

El gobierno ilegítimo y usurpador del Paraguay no se sostiene en la libre voluntad de los paraguayos sino en la decisión de los gobiernos de Clinton y Cardoso y, por tanto, no existe independencia paraguaya.

Si un pueblo no puede darse su propio gobierno no es independiente, es una colonia. La característica principal de la colonia es la de tener un gobierno ajeno a la voluntad del pueblo y que responda a intereses extraños a esa voluntad.

¿Podemos darnos los paraguayos nuestro propio gobierno? En modo alguno. El gobierno de Clinton ha decidido que las elecciones del 13 de agosto sean para Vicepresidente – con el absurdo legal que esto plantea – y no para elegir Presidente. Y los paraguayos no tenemos más alternativa que obedecer. La fuerza coercitiva para imponer ese “nuevo orden” no es paraguaya sino estadounidense. El Paraguay ha sido intervenido con más eficiencia que si hubiera sido invadido por una fuerza de tareas militar.

El Paraguay no es dueño de sus tierras, que se encuentran en manos – y defendidas – por los brasileños; el Paraguay no es dueño de su comercio, que es obligado a tomar las características que exigen los estadounidenses; no es dueño de su justicia, que procede según ordena el Encargado de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos.

Como ya he afirmado, no tiene soberanía, puesto que su pueblo no puede decidir acerca de su propio destino.

El Paraguay era un país difícilmente sustentable dentro de un mundo globalizado. Lo podría ser bien administrado e inteligentemente gobernado. El fracaso de sus protagonistas políticos probablemente abrió el camino para el tutelaje solapado primero y para la intervención abierta después.

Hoy el circuito se ha cerrado y del Paraguay independiente solamente queda un recuerdo. Agrio a veces y a veces dulce porque la vida no fue fácil, pero ahora, como en la desdichada Borinquen, llorado y añorado. Ayer se gemía bajo una dictadura paraguaya, que tenía por lo menos con los paraguayos el vínculo de la nacionalidad, pero hoy gemimos bajo el diktat extranjero, que es insoportable.

¿Volverá el Paraguay a ser independiente? Es difícil decirlo puesto que su opresor es el pueblo más poderoso de la Tierra. Tal vez con un  cambio de gobierno en los Estados Unidos haya alguna piedad para este país tan desdichado, pero no se trata de un certeza sino de una esperanza, muy leve por cierto.

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