La
independencia de un país está íntimamente ligada a su soberanía.
A la
facultad de decidir, por sí solo, su propio destino por un lado y a
que sean sus propios habitantes quienes lo decidan. ¿Tiene todavía
el Paraguay esas características?
Los
paraguayos no pueden decidir quienes serán sus mandatarios. A pesar
de lo que dice la Constitución, el mandatario ejecutivo ha sido
elegido por una resolución de la Corte Suprema, que no es electa
por el pueblo. Ni siquiera indirectamente el pueblo ha tenido nada
que ver con la elección del que hoy gobierna.
Pero
esto no afectaría a su independencia aunque si a la soberanía
del pueblo y por tanto a la democracia si se tratara de un
asunto interno capaz de ser resuelto en el ámbito doméstico y como
cuestión interna. Los paraguayos no pueden resolver el problema por
sí mismos a raíz de la intervención directa de los gobiernos de
Estados Unidos y de la Rca. Federativa del Brasil.
Quienes
resuelven qué es y qué no es constitucional no son los paraguayos,
sino los estadounidenses y los brasileños.
El
gobierno ilegítimo y usurpador del Paraguay no se sostiene en la
libre voluntad de los paraguayos sino en la decisión de los
gobiernos de Clinton y Cardoso y, por tanto, no existe independencia
paraguaya.
Si
un pueblo no puede darse su propio gobierno no es independiente, es
una colonia. La característica principal de la colonia es la de
tener un gobierno ajeno a la voluntad del pueblo y que responda a
intereses extraños a esa voluntad.
¿Podemos
darnos los paraguayos nuestro propio gobierno? En modo alguno. El
gobierno de Clinton ha decidido que las elecciones del 13 de agosto
sean para Vicepresidente con el absurdo legal que esto plantea
y no para elegir Presidente. Y los paraguayos no tenemos más
alternativa que obedecer. La fuerza coercitiva para imponer ese
nuevo orden no es paraguaya sino estadounidense. El Paraguay
ha sido intervenido con más eficiencia que si hubiera sido invadido
por una fuerza de tareas militar.
El
Paraguay no es dueño de sus tierras, que se encuentran en manos
y defendidas por los brasileños; el Paraguay no es dueño de su
comercio, que es obligado a tomar las características que exigen
los estadounidenses; no es dueño de su justicia, que procede según
ordena el Encargado de Negocios de la Embajada de los Estados
Unidos.
Como
ya he afirmado, no tiene soberanía, puesto que su pueblo no puede
decidir acerca de su propio destino.
El
Paraguay era un país difícilmente sustentable dentro de un mundo
globalizado. Lo podría ser bien administrado e inteligentemente
gobernado. El fracaso de sus protagonistas políticos probablemente
abrió el camino para el tutelaje solapado primero y para la
intervención abierta después.
Hoy
el circuito se ha cerrado y del Paraguay independiente solamente
queda un recuerdo. Agrio a veces y a veces dulce porque la vida no
fue fácil, pero ahora, como en la desdichada Borinquen, llorado y añorado.
Ayer se gemía bajo una dictadura paraguaya, que tenía por lo menos
con los paraguayos el vínculo de la nacionalidad, pero hoy gemimos
bajo el diktat extranjero, que es insoportable.
¿Volverá
el Paraguay a ser independiente? Es difícil decirlo puesto que su
opresor es el pueblo más poderoso de la Tierra. Tal vez con un
cambio de gobierno en los Estados Unidos haya alguna piedad
para este país tan desdichado, pero no se trata de un certeza sino
de una esperanza, muy leve por cierto.
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