ECONOMÍA, POLÍTICA Y
ENTORNO
Alberto Vargas Peña (miembro de la Fundación Libertad)
Publicado como editorial del diario La Nación.
El éxito económico en un país no de un país depende
de las condiciones institucionales, es decir, de las condiciones políticas, y de cómo se
encara la situación global y del entorno. Cuanto más libre sea una nación, mejor
funcionará la economía de sus habitantes, y cuanto más inteligente sea su gobierno,
mejor posición se encontrará en un mundo cada vez más competitivo.
Aplicar instituciones y recetas dirigistas hoy es un suicidio; mejor
dicho, una condena a la pobreza realizada por el gobierno contra la población.
El problema del Paraguay en su conjunto es que sus protagonistas
políticos pertenecen a un mundo que ha dejado de existir y mantienen una base de
pensamiento adicta a la filosofía del dirigismo, cuyo fracaso comenzó a vislumbrarse ya
en 1945 y que terminó por derrumbarse al final de la década de los ochenta.
Estos protagonistas políticos son los que vienen diseñando las
instituciones que hacen marchar al Paraguay a contramano del mundo.
Las instituciones paraguayas adolecen del mismo defecto. La
Constitución de 1992 es un engendro zurcido, una especie de monstruo de
Frankenstein, que engloba filosofías diferentes y contradictorias.
Pero no es ese solamente el problema de las instituciones. Las leyes que responden a la
filosofía de la Carta fascista de 1940 son todavía las que determinan
la marcha del país.
Existen más de veinte mil disposiciones legales dictadas bajo el
amparo de la Carta fascista que todavía están en vigencia. Además, el espíritu de la
Carta de 1940 es el que prevalece en cada acto realizado por los protagonistas políticos
actuales. Esto, en el año 2.000, entrando ya al siglo XXI, es un desastre.
En el Paraguay no puede haber progreso ni democracia porque las
instituciones lo impiden. Y mientras no cambien estas instituciones, de abajo para arriba,
de manera drástica y completa, el Paraguay no podrá salir del marasmo infernal en que se
encuentra.
Dos cosas requiere el Paraguay: Gobierno limitado y economía libre.
Pero son las dos cosas más difíciles de establecer en un país
dominado por el autoritarismo, el dirigismo y la ignorancia. Si bien la vía de la
educación es la más adecuada para reconvertir al Paraguay, es la más larga, y pasarán
por lo menos dos generaciones antes que por ese camino se pueda transitar plenamente.
Queda la solución del cambio repentino y la institucionalización adecuada por la vía
del shock.
Las recetas apropiadas son conocidas. Hay que limitar al gobierno,
devolver al pueblo su derecho de elegir sin intermediarios, liberar la economía alejando
al gobierno de toda acción en ese campo y abrirse al mundo de la competencia abierta.
Para hacer esto se requiere una reforma a fondo de la Constitución como primer paso,
esencial e ineludible.
La pregunta es si esa reforma se podría dar en una Convención
Nacional Constituyente. La respuesta es no. Entonces ¿cómo?
Con un proyecto orgánico, filosóficamente homogéneo, puesto a
disposición del pueblo y aprobado por la vía del plebiscito.